Apocalipsis 3:20
He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.
El verso de Apocalipsis 3:20 es uno de los más hermosos, leído y compartido al predicar el evangelio, en campañas, en sermones y mensajes cristianos. Lo vemos es posters y en imágenes repartidas en Internet, en redes sociales y a través del correo. Suele aparecer una puerta de madera y una mano que toca, con alguien que viste atuendos de la indumentaria judía en la época de Jesús. Parece estar dirigido a corazones duros que no conocen acerca del sacrificio de Cristo por amor a la humanidad.
Sin embargo, este pasaje está dirigido a una congregación, una iglesia. Los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis registran mensajes dirigidos a siete iglesias, y para una de ellas, la de Laodicea, es este verso. Sólo imaginémonos la escena: una iglesia llena de gente dentro, celebrando el amor de Dios, entonando alabanzas, predicando, todo aparentemente normal, pero Jesús está en la puerta tocando, llamando para que le abran. Suena ilógico, pero ocurre exactamente así en cada una de las congregaciones, cada vez que se desenfocan de su verdadera misión en la tierra: darle continuidad al ministerio del Señor Jesucristo.
Esta escena la podemos trasladar a dimensiones aún mayores. Una nación que saca la Biblia de las escuelas, que prohíbe la oración, que restringe el mensaje de los predicadores, que cierra las puertas a los misioneros, y que hipócritamente escribe en sus billetes impresos frases como «En Dios confiamos», es una nación que ha sacado a Jesús y lo ha dejado afuera.
Pero también lo podemos considerar de la forma más individual posible. Conforme a la Biblia, nuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo, y el conjunto de todos los creyentes en el mundo constituyen el cuerpo de Cristo, es decir, la iglesia. Pero muchos individuos le han dado la espalda a Cristo, yendo en pos de sus propios deseos. También en esta situación, vemos que es Jesús tocando a la puerta del corazón de cada persona que ha conocido a Dios, pero que hoy por hoy no asume ningún compromiso con Él.
Algunos versos antes del verso de reflexión de hoy, en el 15, dice que esta carta o mensaje está dirigido a todas aquellas personas que llamándose cristianos o creyentes no son ni fríos, ni calientes. Son personas que no pueden ser consideradas ignorantes, porque tienen suficiente conocimiento, pero a la misma vez, no quieren compromiso, no hacen un esfuerzo por vivir la Palabra de Dios de forma genuina. Se trata de aquellas personas que se congregan un poco, hacen bien un poco, pero maldicen otro poco, se permiten malos deseos un poco. No son tan santos como quisieran, pero tampoco son tan malos, no son tan comprometidos, pero tampoco indiferentes del todo, son tibios.
Los tibios le causan asco a Dios, a tal punto que los vomitará de Su boca. Intentan hacerse pasar por cristianos, pero no logran engañar a Dios, quien al probarlos, los encuentra desagradables y los desecha.
Pero en Su infinita misericordia, Dios expresa Su disposición a dar una nueva oportunidad, ofreciendo gracia y salvación a todo aquel que se vuelva hacia Él de forma genuina y se arrepienta de todo corazón. La Biblia enseña que el propósito del Señor Jesucristo es salvar a la humanidad de sus pecados, y ciertamente Él llevó todas nuestras transgresiones en el madero, y por causa de ellas fue crucificado. Pero es necesaria una acción de parte nuestra para recibir el perdón; consiste en arrepentirnos de todo corazón, como dice Proverbios 28:13, el que confiesa sus pecados y se aparta, alcanza misericordia.
Puede que haya una iglesia, una nación o un individuo que aparente amar a Dios, siguiendo las enseñanzas de Jesucristo, pero que en verdad el Maestro se encuentre afuera, tocando la puerta, esperando a que le den el lugar que dicen que Él tiene. Pero en realidad, los que le abren son aquellos que oyen Su voz, y ese oír no es solamente haber escuchado un mensaje, haber leído la Biblia, incluso predicar. Oír la voz de Jesús es recibir Su Palabra en el corazón, creer Sus enseñanzas, vivirlas. El que oye las palabras de Jesús y no las hace, es como aquel hombre insensato que edificó su casa sobre la arena, que cuando vino el viento y la tormenta, su casa se vino abajo. Pero el que oye las palabras de Jesús y las haces, es como el hombre prudente que edificó su casa sobre la roca, y aún cuando recibió las mismas afectaciones que el otro; viento y tormentas, su casa permaneció firme.
La clave para saber si Jesús está adentro o no, están al final del verso: «entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo». Cuando Jesús está dentro las cosas son distintas, es como tener al mejor jugador en el equipo, es como contar con la mayor influencia en cualquier asunto. Con Jesús adentro todo cambia, porque Él lo llena todo. El resultado de abrir las puertas a Jesús es que entramos en comunión con Él, somos conscientes de Su presencia, Él se deleita en nosotros y nosotros nos deleitamos en Él.
Una iglesia, una nación y un individuo que tienen a Jesús dentro de si, son diferentes. Jesús es luz, es pan de vida, es agua viva, es camino, verdad y vida. Todo lugar donde Él esté es llenado con la plenitud que Él tiene. Tener a Jesús es algo que se nota. Si no se nota, no está. Muchas personas se dicen cristianas, pero practican cosas que Jesús no haría, dicen cosas que Jesús no diría, y si eso pasa, es porque Jesús no está ahí, esta en la puerta de ese corazón, tocando para que le dejen pasar.
Examina si Jesús está dentro, y si no es así, podrás notar que está llamando desde la puerta de tu corazón, esperando que el abras. Deja que Jesús entre a tu vida y lo llene todo. Vivir la vida cristiana a medias es mediocridad, es ser tibios, y eso no le agrada a Dios. Hagamos el esfuerzo cada día por darle lugar a Jesús en cada espacio de nuestra mente y de nuestro corazón. Dejemos entrar las enseñanzas de Jesús que están escritas en la Biblia y pongámoslas por obra.
Si Jesús está en nuestras vidas, en realidad no nos falta nada. Déjalo entrar. Haz de tu corazón una habitación permanente para Él. Escucha el llamado que Él hace desde la puerta, un llamado de amor. Ábrele pronto.
Vence el temor, el rencor, la envidia y la vanidad. Vive la vida con fe, con obediencia a Dios. No vivas a medias la fe en Dios. Porque en el camino del evangelio, o somos con Cristo, o somos en contra de Él (Lucas 11:23). Escoge dejar la tibieza, la indiferencia, la mediocridad, y entrégale completamente tu corazón a Dios. Identifica si hay áreas de tu vida que no le hayas entregado a Jesús, quizás las finanzas, quizás los rencores del pasado, quizás las heridas del corazón. Que el amor a este mundo no haga nulo tu deseo y esfuerzo por agradar a Dios. Entrégale todo tu ser, toda tu vida al Señor Jesucristo, pues la recompensa es mucho mayor.