Job 11:13-19

Si tú dispusieres tu corazón,
Y extendieres a él tus manos;
Si alguna iniquidad hubiere en tu mano, y la echares de ti,
Y no consintieres que more en tu casa la injusticia,
Entonces levantarás tu rostro limpio de mancha,
Y serás fuerte, y nada temerás;
Y olvidarás tu miseria,
O te acordarás de ella como de aguas que pasaron.
La vida te será más clara que el mediodía;
Aunque oscureciere, será como la mañana.
Tendrás confianza, porque hay esperanza;
Mirarás alrededor, y dormirás seguro.
Te acostarás, y no habrá quien te espante;
Y muchos suplicarán tu favor.

El cambio es parte de la vida: cambiamos de estación, de día a noche, de niños a adultos, cambiamos de ropa, cambiamos de gustos y preferencias. Con el tiempo nos acostumbramos a los cambios que se suscitan de tanto en tanto, o que son cíclicos. Pero hay cambios inesperados que surgen en el momento menos pensado. Esto le puede ocurrir a cualquiera, y hay muchos a quienes les ha pasado, que pueden contarnos cómo les cambió la vida, para bien o para mal. Hoy meditaremos en ese cambio de vida que hace que alguno pase de la miseria y el anonimato a la riqueza y la fama.

Consideremos dos ejemplos que aparecen en la Biblia: David y Pedro.

David era un joven que cuidaba del rebaño de su padre Isaí. Era un joven bajo de estatura, con buena apariencia física y contaba con el respaldo de Dios. Era valiente y confiaba, más que en su propia fuerza, en Dios. David era un muchacho obediente; obedecía todo lo que su padre le ordenaba. Cuidaba con responsabilidad todo lo que le ponían a su cargo, es por eso que cuando las ovejas eras atacadas por osos o por leones, David las defendía, aún poniendo en peligro su propia vida.

Este jovencito era un pastor de ovejas, un muchacho acostumbrado al trabajo desde muy temprano en el día. Luego su experiencia derrotando a Goliat lo llevó a la vida militar, donde cuidó de sus soldados como cuidaba de las ovejas. Organizaba buenas estrategias para la seguridad de todos, los animaba, se aseguraba que las necesidades de todos estuvieran lo más cubiertas posibles.

Pero este hombre, criado como pastor, desarrollado como hombre de guerra, llegó a ser rey de Israel. Pasó de pastorear ovejas a pastorear a su pueblo. Pasó de defender ovejas a defender a su pueblo. Pasó de las limitaciones y trabajos esforzados a la comodidad de las riquezas. Pasó del anonimato a la fama.

Aquel que comía entre sus ovejas, o entre sus soldados, paso a degustar de las exquisiteces de su tiempo en banquetes espléndidos, rodeado de personas distinguidas y elegantes. El muchacho del que ni su padre se acordaba cuando llegó a su casa el profeta Samuel para ungir al futuro rey, pasó a ser un conquistador, un hombre de guerra, conocido y temido por los demás reyes de su época. Y aún es conocido hasta hoy, ya que sus hechos quedaron plasmados en un libro que trasciende los tiempos: la Biblia.

David en su nueva vida de rey ya no se preocupaba más por el frío, por la comida, por las deudas, por los impuestos, ni por el sol o la lluvia. Todo un enorme grupo de personas se encargaban de su cuidado. Ya no tendría las manos sucias, ni su ropa olería a desechos de los animales.

Lo que no cambió nunca David fue su estrecha relación con Dios. David era un adorador verdadero. Así fuera que se encontrara triste o alegre, derrotado o victorioso, cansado o vigoroso, la alabanza estaba de continuo en su boca. Adoraba a Dios desde las primeras horas del día hasta el anochecer, y aún estando acostado solía meditar en los hechos poderosos de Dios. Le adoró con arpa, con danza, con salmos, con ofrendas, de rodillas, saltando, gritando.

Y cuando cometió errores, se interesó más de retener el favor y la misericordia de Dios que de ocultar sus fallas delante de los hombres. No fue perfecto, pero Dios dijo refiriéndose a él: «Un hombre conforme a mi corazón».

Del otro lado de la Biblia, en el Nuevo Testamento, tenemos a Pedro, un hombre sin letras, un humilde obrero de la pesca, que trabajaba junto con su hermano Andrés en el negocio pesquero de su padre Jonás. Como pescador, estaba habituado al trabajo que conlleva navegar a ciertas horas entre la noche y la madrugada, tirar redes, sacarlas, organizar los distintos tipos de pescados que la red traía.

Seguramente su jornada comenzaba muy temprano, en la madrugada, e incluía la distribución final de los pescados hasta convertirlos en dinero o en otros bienes. Debía ocuparse del mantenimiento de la embarcación y de la contratación y entrenamiento de los asistentes y demás personal involucrado en el trabajo. Era un hombre del vulgo, hablaba como todos, no tenía nada especial, ni diferente, si se le ve entre la multitud, pasa desapercibido. Sólo se podrá decir que es pescador si se le ve en su afán dentro de su barca, o vendiendo sus pescados, o lavando sus redes, o si estando cerca se le siente el olor a pescado de tanto haber estado entre ellos.

Pero en su primer encuentro con el Señor Jesucristo, este hombre de puerto, que vivía de la pesca, abandona todo lo que tiene y se convierte en un pescador de hombres, un discípulo del Señor Jesucristo. Cambia las redes por la Palabra. Deja las palabras toscas por las enseñanzas de su maestro. Cambia la vestimenta de puerto por vestimenta de siervo del evangelio.

Pedro dejó de tirar redes para predicar las buenas nuevas del reino de los cielos. Dejó el puerto para ir por las calles, ciudades, aldeas y toda la región. Dejó de hablar como pescador para hablar como Jesús. Ya no vivía de la pesca, sino de hacer la voluntad de su Señor.

En ambos casos el cambio es completamente drástico e inesperado. Job 11, del 13 al 19 da a conocer una promesa maravillosa que da lugar a semejante cambio. Esta promesa requiere una acción inicial para quien desee alcanzarla. Consiste en disponernos a acercarnos y obedecer a Dios, dándole lugar en nuestros corazones de modo que anhelemos ser enseñados por él y estemos dispuestos a obedecerlo. Parte de esta obediencia es evitar hacer lo malo, desechando de nosotros toda clase de iniquidad e injusticia, y por ende, procurando la santidad, la justicia y la verdad. Habiendo hecho esto y permaneciendo en ello, podremos alzar nuestros rostros con valentía, con honor, seremos fuertes, viviremos sin temor y nos olvidaremos de aquellos días de miseria que algún día vivimos; o nos acordaremos de ellos como cosas que quedaron en el pasado. Veremos las cosas con claridad, porque los ojos del entendimiento serán abiertos. Viviremos tranquilos, sin desesperación, sin apuros inesperados, sin temor. Dormiremos profundamente, sin estar sobresaltados de miedo, y la gente se acercará a nosotros para pedirnos favores.

Aunque esta promesa hace alusión a las comodidades que causan las riquezas, también significa que habrá paz y otras riquezas que van más allá de lo material. Por ejemplo, cuando una persona es buena aconsejando, y cuenta con el favor y la gracia de Dios, las personas le buscan para recibir concejos. Uno puede ser rico en creatividad, y lo que otros ven como sobrantes, los creativos lo convierten en cosas útiles o en obras de arte.

Cualquiera que sea tu circunstancia, cuando limpias tus manos de toda iniquidad, y te dispones a vivir en justicia e integridad, obediente a Dios y atento a Su voluntad, Dios promete un cambio de vida, donde las limitaciones son cosa del pasado, y puedes con toda libertad ayudar a otro en necesidad.

David murió como rey, y Pedro como apóstol del reino de los cielos; sus hechos y sus logros quedaron registrados para que nosotros veamos que Dios puede hacer cambios de vida completamente inesperados. Lo hizo con ellos, y lo puede hacer con nosotros también.