Gálatas 6:7

No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.

La ley de la siembra y la cosecha es una ley natural, que puede igualmente aplicarse a todos los aspectos de la vida del ser humano. Se rige por tres aspectos fundamentales: identidad, proporcionalidad y el principio de causa-efecto. Consideremos estos tres fundamentos establecidos en la naturaleza e identifiquemos el desarrollo de ellos en nuestras vidas.

La identidad consiste en la esencia de las cosas. Una semilla de naranja, si es sembrada, producirá un árbol de naranja, que a su vez, dará naranjas. Dijo el Señor Jesucristo: «Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos.» Así como es imposible que una semilla de naranja produzca limones, así de imposible es que lo malo produzca algo bueno, o que una semilla buena produzca malos frutos.

La proporcionalidad es la relación entre las cantidades. Dice el apóstol Pablo en 2da. Corintios 9:6: «Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará.» Si se siembra poco, se cosecha poco; y si se siembra mucho, se cosecha mucho.

El principio de causa-efecto establece la necesaria acción para obtener un resultado. Aplicando este principio a los fundamentos de la ley de la siembra y la cosecha, tenemos que solamente podemos cosechar si primero hay una siembra. No se puede cosechar de la nada, porque el vacío no tiene frutos. El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero (2da. Timoteo 2:6).

Con estos fundamentos no sólo entendemos en ciclo de la producción de las frutas que consumimos, de los cultivos, de la agricultura. Perfectamente podemos entender la vida misma, la condición en la que nos encontramos o en la que estaremos.

Generalmente las cosas que nos rodean o alcanzan en algún momento de nuestras vidas será la inspiración que dará la identidad que procuraremos tener. Alguien nos inspirará en relación a la carrera universitaria que escogeremos. Las cosas que nos apasionan ocupan buena parte de nuestro tiempo, y con ello, nuestra dedicación. No entramos a la facultad de medicina para ser electricistas, ni usamos una batidora para diseñar una maqueta de arquitectura. Según el tipo de semilla que escogemos sembrar son los frutos que vamos a recibir.

Puedes determinar lo que vas a cosechar en el futuro, las recompensas, las cosas que te van a rodear, según lo que escojas hacer ahora. La identidad de las semillas permanece en el proceso de crecimiento. Si siembro mentira, en ningún momento ésta se va a convertir en verdad. Cada actitud es una elección, cada decisión también es una elección. Cuando mis acciones y mis decisiones son buenas, tarde o temprano, pero en su tiempo, darán como resultado cosas buenas. El apóstol Pablo dice en Gálatas 6:9: «No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos.»

En relación a la proporcionalidad, aplicado a nuestras vidas, podrás notar que mientras más tiempo y esmero le dedicas a una habilidad, más capaz te vuelves en ello. Se requiere de perseverancia para lograr algo. Si dedico poco tiempo a algo, no tendré buenos resultados; es como salir de la universidad en el segundo año, o abandonar las clases de natación sin antes haber aprendido a flotar. Las relaciones más estables, sólidas y buenas requieren tiempo, y cuando damos tiempo nos damos a nosotros mismos, pero ser superficiales en las relaciones producirá un entorno de poca firmeza, inestabilidad y falta de fundamentos.

Mientras más amas más recibes amor, pero si haces mucho daño, recibirás también mucho daño.

Sin embargo, no podemos negar que el principio de todo esto es el principio de causa-efecto, o de acción y reacción. Recibiremos justo aquello que demos. Jesús planteó esto mismo con otras palabras en Mateo 7:12, explicando que todas las cosas que queremos que los hombres hagan con nosotros, así también debemos hacer nosotros con ellos. Esto es una ley natural y a la vez divina. Nosotros podemos anticiparnos a saber lo que recibiremos en un futuro, reconociendo lo que estamos dando ahora.

Todas mis acciones tarde o temprano darán su fruto, lo mismo que a tí tus acciones. Puede que ya te toque estar viviendo las recompensas de acciones pasadas. Es grato si se trata de cosas buenas, pero cuando no es así, no perdamos de vista que aún hoy, o entre tanto que estamos vivos seguimos sembrando. El ciclo de la siembra y la cosecha es permanente, y en el caso de nuestras vivas, también es así, cuando dejamos el legado de nuestras acciones a nuestros hijos o a las siguientes generaciones; porque muchas veces lo que sembramos es cosechado por los que quedan después de nuestra muerte.

Cometer un delito puede llevarnos a la cárcel, pero aún en la cárcel se puede sembrar, ya que muchos reos son liberados o sus condenas son reducidas cuando evidencian un buen comportamiento. Un padre de familia puede llegar a la vejez lamentando que no pasó mucho tiempo con los hijos, porque ahora sus hijos no lo visitan, pero podrá ser un buen vecino o gozar de la compañía de las personas a su alrededor mediante una buena convivencia.

Entre tanto que estamos vivos, estamos dentro del ciclo de la siembra y la cosecha. Disponte a sembrar lo bueno tan pronto como puedas, porque está a tu alcance determinar lo que vas a recibir. Sé que aveces la vida nos sorprende con cosas extraordinariamente buenas o inesperadamente malas. Pero tanto como puedas, siembra lo que quieras cosechar, porque en la medida en que des así recibirás.