Lucas 14:16-24
ntonces Jesús le dijo: Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos.
Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado.
Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses.
Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses.
Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir.
Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Vé pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos.
Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar.
Dijo el señor al siervo: Vé por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa.
Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena.
En algún momento de tu vida te ha tocado poner excusas para dejar de hacer algo que debías hacer. Nuestro primer contacto con las excusas lo tuvimos escuchando las excusas de los otros. Por qué llegaban tarde, por qué no hacían la tarea, por qué hicieron algo que no se les pidió. Las excusas son razonamientos o argumentos que defienden o justifican una acción u omisión.
El propósito de presentar una excusa es evitar el castigo ante alguna falta, o que sean consideradas las razones por las que una persona cometió un error. Generalmente las personas que no saben cómo administrar su tiempo, terminan pidiendo disculpas por quedarle mal a los demás. En ese sentido es mejor no prometer, que prometer y no cumplir, como dice Eclesiastés 5:5. Nadie conoce en verdad las intenciones de una persona, a menos que sean muy obvias o que se las declare a alguien más. Entonces nos es difícil reconocer cuando alguien en verdad tuvo un impedimento legítimo para no cumplir con lo que acordó, o si sólo está inventando una excusa para justificarse.
EL pasaje de hoy en Lucas 14:16-24 cuenta una parábola que el Señor Jesucristo dijo en medio de un banquete donde fue convidado. Se trata de un hombre importante que preparó una gran cena y convidó a las personas más ilustres de su tierra. Cuando todo estaba listo, envió a sus siervos a notificar a los convidados para que llegaran a celebrar. Pero todos los convidados empezaron a poner excusas.
Uno de los convidados dijo que había comprado una hacienda y necesitaba ir a verla. Es extraordinario. Este hombre compró una hacienda sin haberla visto, sin conocerla. Generalmente las personas cuando van a comprar una propiedad, la visitan, la recorren, le buscan todos los problemas y todas las características, a fin de garantizar que el precio pactado sea el justo. Pero el hombre de esta historia parece haber comprado la hacienda recientemente, sin haber tenido la oportunidad de conocerla. Esto en realidad parece una excusa inventada, y no una verdadera justificación. Además, ya la hacienda era de él, ya la había comprado. Y la cena duraría una noche, no le costaba gran esfuerzo esperar un poco más por ir y recorrer una hacienda que ya era suya, de modo que pudiera asistir a la cena de aquel que lo había invitado.
Otro compró cinco yuntas de bueyes y dijo que iría a probarlos, por eso no podría asistir a la cena. Qué extraño comportamiento el de esta gente. Comprar yuntas de bueyes y hasta después probarlas. Es como comprar un carro y hasta después verificar si funciona o no. Este hombre, al igual que el anterior, pudiendo hacer sus misiones en otro momento, pone por excusa eso que debe hacer para no ir a la cena a la que fue invitado.
El tercero mencionado en la parábola afirma que se acaba de casar, que está de luna de miel y por eso no puede ir. Entiéndase que en la usanza de los judíos, había un permiso especial para los recién casados, de modo que no se obligaba al esposo a ir a la guerra en el primer mes de matrimonio. Las lunas de miel se llevaban a cabo en la misma ciudad, no es como en otras culturas donde, teniendo los recursos, la luna de miel es la oportunidad perfecta para viajar a otro lugar y pasar una temporada en hoteles o lugares alejados destinados a la recreación. Este hombre estaba autorizado a negarse a prestar servicios militares, pero su condición de recién casado no era excusa para negarse a asistir a la cena de aquel señor.
Como puedes notar, en realidad, ninguna de las tres excusas presentadas son válidas. No es que sea imposible hacer las cosas, es que a veces menospreciamos las cosas que nos piden de hacer porque no valoramos al que nos invita o nos lo pide. Esto es lo que en realidad pasó con estos convidados. Menospreciaron a aquel que preparó el banquete, que los invitó a la cena. Consideraron sus asuntos más importantes que las posibles causas por las que aquel señor celebraba aquella cena.
No reconocer la importancia de los asuntos de los demás nos separará de ellos y nos volverá egoístas y mentirosos. Es un juego muy peligroso el de las excusas, al inicio parece manejable, pero luego notamos que todo se vuelve sólo excusas. Puede que sean verdaderas al principio, luego nos aprovechamos de ellas, después nos acostumbramos a poner excusas. Cuando lo notamos, ya estamos poniendo excusas a todo. Y lo que es peor, inventando excusas ridículas que la gente nota que no son ciertas, como las de los tres personajes en la parábola.
Estos hombres menospreciaron la invitación que recibieron, porque no valoraron a quien los invitó. Entonces aquel señor mandó invitar a otros, esta vez no eran sus amigos, sus colegas, sus conocidos; era cualquier persona. La indignación de verse menospreciado por sus convidados lo llevó a abrirle las puertas a otra clase de personas. Cuando menospreciamos a alguien, ese alguien perfectamente puede sustituirnos por otro que no lo menosprecie. Descuidar las amistades hará que nos saquen de su lista de amigos.
Aquel hombre llenó su casa de convidados, personas de clase muy humilde, pero la celebración se llevó a cabo, llena de alegría y regocijo. Sin embargo, aquel hombre declaró que sus convidados iniciales no disfrutarían de su cena. Sólo imaginemos al recién casado, arrepentido después de haber pensado que hizo mal en negarse, llegando de la mano con su esposa, tocando a la puerta; y sale el portero a informarle que no hay lugar para él, porque la casa está llena de todos los convidados.
El orgullo y la soberbia pueden llevarnos a perder la estima de los amigos, no siempre habrá una excusa válida para justifica la falta de esmero y atención en las relaciones de cualquier índole.
Esta parábola es una semblanza del reino de los cielos. A muchas personas se les predica el evangelio, pero ponen cualquier excusa despreciando la invitación de aceptar al Señor Jesucristo como Señor y Salvador. Que yo ya tengo una religión, que no me gusta cómo son ustedes, que eso del infierno no existe, que las religiones son un invento de los hombres, que todavía no porque quiero disfrutar mi juventud, que no creo en eso porque si Dios existiera no existiera tanta maldad en el mundo, etcétera. Pero al igual que en la parábola, el evangelio también es presentado a otras personas mucho más necesitadas de esperanza, quienes aceptan al Señor y le siguen. Puede que no haya oportunidad para arrepentirse y entrar al reino de los cielos antes de que se nos acabe la vida.
Evita las excusas. Tu vida no puede estar llena de argumentos, has que esté llena de momentos. Vivir de excusas es un peligro, se pueden acabar las oportunidades, puede que pierdas lo que es más valioso en la vida; la eternidad. Como dice el Señor Jesús: que tu sí sea sí y que tu no sea no (Mateo 5:37). Y si por alguna causa justificable no puedes cumplir con algo, di la verdad siempre. No inventes excusas.