Gálatas 6:1
Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.
Todos cometemos errores. Esta es una circunstancia que vivimos porque no somos perfectos. Aún la persona más intachable que conozcas en algún momento habrá cometido un error, o puede que lo cometa en el futuro. Y los errores o faltas en muchas ocasiones nos llevan a situaciones de vergüenza, de pena, señalamientos, castigo, críticas y desprestigio.
Cuando alguien es sorprendido en una falta, la Palabra de Dios enseña que debemos restaurarle, ya que toda falta es como una distorsión al buen camino que una persona debe recorrer, es como salirse del camino, es como dañar el diseño. La actitud correcta de la familia, los amigos y los hermanos de la comunidad cristiana es restaurar a una persona que ha cometido algún error. No es señalar, condenar, criticar. No es discriminar ni ofender.
Restaurar es reparar, tratar de corregir. Para ello se emplean consejos, ejemplos, acompañamiento, incluso regaños y correcciones puntuales respecto de la falta cometida. El que verdaderamente aprecia a una persona que comete alguna falta, procurará ayudarle a corregirla de la mejor manera posible. No es ignorando la falta, ni minimizándola, que ayudaremos a alguien a enmendar su error, sino dándole un acompañamiento integral, sólido, con amor y perseverancia, hasta lograrlo.
El apóstol Pablo escribe a los Gálatas en relación a esto, dejando en evidencia que nuestro proceder debe ser así por una razón poderosa: debemos reconocer que nosotros mismos estamos expuestos a cometer las mismas faltas. Cuando reconocemos que nosotros podríamos estar en la misma situación de otra persona, pensamos en la forma en que nos gustaría que nos trataran a nosotros. De seguro que el desprecio de la familia o de los amigos causaría un daño enorme en nuestro estado emocional, que dificultaría la restauración después de haber cometido alguna falta.
Veamos ejemplos puntuales. Cuando hay un accidente de tránsito, si hay lesiones o muerte, llevan detenido al que presuntamente causó el accidente, entre tanto que se investiga el caso. Ya sea que el detenido estuviera o no en estado etílico, que el fallecido hubiera provocado el accidente, que hubiera sido por el clima, o un desperfecto mecánico, se trata de una experiencia es muy dolorosa. Habrá quien se adelante a decir barbaridades sin conocer los hechos. Pero los que aman de verdad, deben dar acompañamiento en esta situación, tratar de ayudar en lo que sea posible. Cosas como estas pasan todos los días, y le puede pasar a cualquiera.
Si un hombre es descubierto traicionando a su esposa, llegando por ello al punto del divorcio, es necesario restaurarlo. Perder un matrimonio, un hogar, no es algo insignificante. Aunque este hombre haya cometido tal falta, no significa que estaba dispuesto a dejarlo todo por un momento de placer con una persona a quien en realidad no ama. El asunto es que en casos como estos, las personas, hombres y mujeres, que caen en el error de la traición, no meditan antes los peligros de ceder ante la tentación. Después de ser descubiertos ya es demasiado tarde. De hecho, esto de no meditar antes es la causa de que las personas comentamos tantas faltas. Antes de cometer un delito, decir una mentira, hacer un escándalo, dar una broma pesada, etcétera, no pensamos en el dolor que causaremos a los que nos aman.
Hay faltas que dejan huellas para toda la vida y son difíciles de superar. Por eso, siendo que cualquiera de nosotros puede cometer una falta, es necesario que ayudemos a otros cuando ellos las cometen, porque nos beneficiamos de muchas maneras. Primero: mostramos amor, aprecio, estima por la persona al interesarnos en su restauración, e invertir tiempo y recursos al ayudarle. Segundo: al conocer las causas que lo llevaron a tal situación, aprendemos de ello para no cometer la misma falta. Tercero: el hecho de ayudar a otros produce satisfacción. Cuarto: de la forma en que yo actúo con otros, así otros actuarán conmigo.
Sobre esto último, Jesús dijo: así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos… (Mateo 7:12). Esto es un principio de vida para el cristiano, puesto que el mundo enseña otra cosa. Es común oír la frase «yo trato como me tratan», refiriéndose al acto de pagar con la misma moneda, pero la enseñanza en la Palabra de Dios es contraria; debemos nosotros tratar a los demás de la forma en que queremos ser tratados.
Hay quienes reaccionan con burla, desprecio, ofensas y rechazo hacia quienes cometen alguna falta, sin estimar la posibilidad de que ellos cometan las mismas faltas, o peores aún. Señalar las faltas de otros para criticar y condenar, es un acto de altivez y soberbia. Es una ley divina que los que se burlan de otros, pasan por afrentas iguales o peores.
El consejo de la Palabra de Dios tiene como fin hacernos personas humildes, que reconocen sus debilidades, y que no se aprovechan de las debilidades de otros para pisotearlos, sino que procuran restaurarles con amor, considerándose semejantes ante la posibilidad de fallar también.
Cuando sepas que alguien está pasando por una situación difícil por causa de un error que cometió, no lo acuses, no lo critiques ni condenes, no te alejes; más bien, acércate para restaurarle con palabras de ánimo y de la mejor manera posible. No te burles de nadie, la burla es una semilla muy fea que se siembra con risa y se cosecha con lágrimas.
Tenemos por mandamiento amar al prójimo como a nosotros mismos. Si amas a tu prójimo, cuando ellos comentan alguna falta, actuarás con humildad, procurarás restaurarlos. Piensa cómo quieres tú que te ayuden si fueras tú y no ellos en esa condición. Este es el ejercicio de ponernos en los zapatos de otros, en el lugar del otro. Procurar pensar cómo nos sentiríamos nosotros en esa condición y lo que nos ayudaría a cambiar de estado, lo que nos restauraría.
Si por alguna razón, la persona que comete una falta no quiere ser restaurada, y rechaza tu ayuda, no te limites. Que tu actitud no cambie por ello. El orgullo puede llevarnos a rechazar la ayuda de otros, no nos gusta que las personas sientan lástima de nosotros. Por eso, en tu actuar, no demuestres lástima, demuestra amor. La lástima sólo conmueve el corazón, pero el amor cubre multitud de errores (1ra Pedro 4:8).
El amor no es algo que se dice, es algo que se demuestra. Ama a tu prójimo, no lo condenes. Recuerda que todos podemos fallar alguna vez, de hecho, solemos cometer muchas faltas, pero debemos tratar a otros de la manera en que queremos ser tratados.
Cuando alguien que amas comete una falta, ponte en sus zapatos, trata de sentir lo que se siente estando en su lugar, y procura restaurarle con amor.