1ra Corintios 12:28

Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas.

La Iglesia de Dios es un organismo vivo, que debe crecer, que tiene la orden de la multiplicación por medio de la Gran Comisión. Uno de los errores más comunes dentro de las congregaciones es esperar que todos hagan lo mismo, que todos participen haciendo las mismas cosas, y eso es prácticamente imposible. Otro error común es que los miembros esperan que el Pastor lo haga todo: que predique, que trabaje, que cante, que ore, que visite. Pero los Pastores no fueron llamados a hacer todo, sino sólo una cosa: pastorear. Y entre sus funciones pastorales está preparar a los miembros para que sean discípulos. El Pastor trabaja con todos los miembros, quienes son completamente diferentes, para desarrollar en ellos los ministerios y enseñarles a usar sus dones, y cuando los dones y ministerios operan, cuando funcionan, esto produce crecimiento.

En 1ra Corintios 12:28, el apóstol Pablo dice: «Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas». Todos ellos bajo la autoridad del Pastor. Cada uno de ellos con operaciones distintas. No hacen lo mismo. Y cada uno es único, diferente de los demás.

Todos somos diferentes, lo éramos antes de ser parte de la familia de Dios. No somos iguales sólo por ser parte de la misma fe y de la misma gracia salvadora. Incluso, aunque todos somos pecadores, no cometimos los mismos pecados. Y aún así, todos necesitamos un mismo sacrificio para ser redimidos de nuestros pecados; el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo.

Es la voluntad de Dios que tengamos un mismo objetivo, pero no que todos hagamos lo mismo. El hecho de ser todos diferentes es parte de la fórmula de Dios para realizar Su voluntad en nosotros. Proverbios 11:14 declara que en la multitud de consejeros está la sabiduría, pero no porque todos los consejeros den el mismo consejo, sino que cada uno de ellos da el mejor de sus consejos, y cuando tomamos lo mejor de cada consejo, llegamos a la excelencia, a la perfección. La diversidad es parte de la voluntad de Dios, Él creó a todas las especies de plantas y animales, y también creó a todas las razas de seres humanos. Somos tan únicos que aún en nosotros no hay por ejemplo, igualdad en nuestros ojos, en cada una de nuestras huellas digitales, o en el tamaño y forma de pies y manos. Tampoco somos iguales a otra persona físicamente, ni siquiera siendo gemelos «idénticos».

Esta diversidad es la expresión de la creatividad de Dios, y la hizo para mostrar Su poder, pero también para mostrar Su amor, porque Dios no hace acepción de personas. Dios ama al de piel oscura como al de piel pálida, ama los chaparros como a los altos. Dios ama a los rubios como a los pelirrojos. Ama a los hombres y a las mujeres, a los niños y a los adultos. Dios nos ama a todos.

En la parábola de la gran red (Mateo 13:47-48), el Señor Jesús compara al reino de los cielos con una red llena de peces. Cuando los pescadores traen la red a la playa, separan a los peces por especies, e incluso, dentro de las especies, las separan por tamaños. El reino de los cielos es uno sólo, y a él entran todos los que reciban a Jesús como su Señor y Salvador. Pero para entrar en esa relación con Dios, los creyentes se congregan en una comunidad de fe que vaya con la personalidad de cada uno. Si usted se siente como pez fuera del agua en la Iglesia donde se congrega, probablemente es porque no es la cesta o canasta donde deba estar.

Cada grupo de fe, denominación o congregación es única, porque está conformada por personas únicas, puede que tengan algún parecido con otras congregaciones, pero eso no significará que sean iguales. Esa diversidad de culto, de personas dentro de la Iglesia, de estructura y de estrategia, es utilizada por Dios para contener a todos los «peces». Y el propósito de cada congregación es que trabajen en equipo unos con otros para que juntos hagan la voluntad de Dios, que en todas las congregaciones es la misma: ganar almas para Cristo. Estas afirmaciones son válidas para congregaciones de fe basadas en la doctrina de Jesucristo, soportadas por el fundamento de los apóstoles y de los profetas. Existen falsas congregaciones llamadas «cristianas», que son en realidad sectas, ellas no operan en la voluntad de Dios. El diablo siempre intenta hacer una falsificación de las obras que Dios hace.

Dentro de esa maravillosa diversidad se llevan a cabo los planes de Dios. No somos diferentes solamente en cuanto a los grupos religiosos o denominaciones. También dentro de la Iglesia todos somos diferentes, somos únicos. Y esa diversidad nos hace más poderosos que débiles. Toda esa capacidad, creatividad, habilidades diversas, disponibilidad, y tanto que hay entre todos los creyentes, hacen la suma de la verdadera capacidad humana de la Iglesia, y aunque nuestro verdadero poder no está ahí, sino en Dios que es Todopoderoso, es lo que nos hace verdaderamente singulares.

Si alguna vez has sido líder de un grupo dentro de la Iglesia, y sentiste frustración porque los que estaban en tu grupo no pensaban como tú, no se comprometían como tú, no hacían las mismas cosas que tú, es porque nadie te había dicho que cada uno es y debe ser diferente. Esa diferencia es un gran potencial. Dentro de la Iglesia no todos hacen lo mismo. Para que todas las cosas se hagan deben haber personas que las hagan, y que las hagan con calidad y excelencia. Entonces, como líder, debes aprender a identificar el potencial único de cada miembro de tu equipo y entrenarlo para que use sus habilidades y fortalezas en el ministerio y en la obra en la que trabajan.

Si eres de esas personas que dicen «sí» a todos para quedar bien con los hermanitos, pero que por dentro sientes que te estás cansando de más, y lo que es peor, sin ver frutos; entonces déjame decirte que debes parar de hacer eso, debes detenerte. Haz lo que debas hacer, no lo que todos los demás quieren que hagas.

Efesios 4:15-16 dice: «sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor». El crecimiento de un ministerio o de una congregación lo da Dios, pero requiere la unidad de sus miembros, trabajando en equipo. Nota que el escritor dice que esta práctica de ayuda mutua es «según la actividad propia de cada miembro».

En un cuerpo no se espera que el corazón haga lo que debe hacer el riñón, ni que el cerebro realice las funciones de los pulmones. Pero el trabajo en equipo de cada órgano del cuerpo humano hace que todo funcione bien. Del mismo modo, dentro de una Iglesia o comunidad de fe, sea grande o pequeña, se espera que cada miembro haga «lo suyo», lo que le toca. Quienes cargan culpa por no estar involucrados en los proyectos de otros, aún no comprenden este principio. Esto es válido para quienes ya están ejerciendo sus dones y ministerios, y están dando frutos. Pero si evitas involucrarte en las actividades y funciones de los grupos en tu comunidad de fe, para no tener responsabilidades, aún cuando no estás haciendo otra cosa en la obra del reino de los cielos, en realidad es más un reflejo de inmadurez que de no tener el llamado de parte de Dios a trabajar con ellos.

Tú sabes muy bien en qué eres bueno, usa eso en lo que eres bueno para servir en tu Iglesia. Cuando todos hagan eso, cuando cada miembro realice la actividad propia de cada uno, en unidad, no de operaciones, sino de propósitos, entonces se da el crecimiento. La unidad en la diversidad produce crecimiento, produce aún más diversidad y unidad.