Salmos 145:18
Cercano está Jehová a todos los que le invocan,
A todos los que le invocan de veras.
Una vida de comunión con Dios implica relación con Él, una consciencia plena de Su presencia en todas partes, y una disposición absoluta de obedecer Sus mandamientos. Pero el factor más importante es la inversión de tiempo en esa relación. Una relación a distancia entre dos personas, alimentada con llamadas o correos electrónicos cada dos o tres meses, tiende a desaparecer, a romperse; porque con facilidad se podrá sustituir por una relación más constante con alguien que esté presente. Lo mismo es verdad en cuanto a nuestra relación con Dios.
El salmista declara en el Salmo 145:18 que Dios está cerca de todo aquel que le invoca de verdad, con fe. Una cosa es la Omnipresencia de Dios y otra es la cercanía de Dios. En medio de una multitud, todos estamos cerca de personas que probablemente no conocemos, no saludamos, no les dirigimos la palabra. Pero la cercanía de Dios es un acto de comunión, de relación, de intimidad. Y la clave para tener a Dios cerca es invocándolo; es decir, llamándolo, hablando con Él.
Es verdad que la Palabra de Dios nos habla, pero leer la Biblia no es invocar a Dios. Es necesario recordar la recomendación del Señor Jesús cuando enseñó acerca de la oración: Mas tú cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público (Mateo 6:6). Dios está en todas partes, pero la intimidad con Dios es en privado, en lo reservado de una habitación, es ahí donde se acerca para contestar, para consolar, para animar, para fortalecer. La intimidad con Dios nos asegura el triunfo en las batallas que vienen después.
Tomando la idea de la intimidad en una pareja, los esposos buscan un lugar para estar a solas. No necesitan espectadores, ni tampoco tienen intimidad en espacios abiertos. Esto se procura porque la intimidad sólo se logra cuando están los dos, sin nadie más: ni los hijos, ni los amigos, ni los vecinos, nadie. En privado hablan sus asuntos, sus problemas, lo que les angustia, en privado se acarician, en privado se satisfacen mutuamente. Del mismo modo en que el esposo busca a su esposa en intimidad para tener comunión y relación, así el creyente debe buscar la intimidad, el momento a solas con Dios, y acercarse a El. Santiago 4:8 declara que si nosotros nos acercamos a Dios, Él se acercará a nosotros, pero esto requiere que nosotros demos ese paso de buscar el tiempo de intimidad con Él.
Podemos pasar todo el día afanados, y en cada afán, pedirle en la mente ayuda a Dios, pero eso no es intimidad. Dios responde, como ese Dios que provee, que ayuda, que sana, que liberta. Pero no reacciona como el padre que se acerca a su hijo para sentarlo en sus piernas, hacerle unas cuantas cosquillas, preguntarle cómo le va en el colegio, escuchar sus problemas y luego lo abraza fuertemente mientras le dice palabras de amor, de cariño, hasta que el niño se queda dormido, y luego el padre lo lleva a la cama. El afán no aleja a Dios, pero hace que nos desconectemos de nuestra comunión con Él.
He titulado el devocional de hoy «Al menos cinco minutos», no como una regla de tiempo mínimo para orar con Dios, sino como un incentivo para el desarrollo de un hábito de intimidad con Dios. Es muy difícil que en 24 horas no puedas apartar al menos cinco minutos. Es lo que puedes durar para prepararte un café. Cinco minutos es menos tiempo que lo que dura un programa de televisión. Te aseguro que puedes encontrar cinco minutos cada día para hablar con Dios entre tanto que desarrollas un hábito de comunión, de relación, de intimidad.
Si tienes problemas con orar fielmente, toma este consejo, aparta cinco minutos. Puedes empezar tomando los cinco minutos que te queden libres, pero luego procura que esos cinco minutos sean siempre a la misma hora cada día. Pueden ser los primeros cinco minutos al despertar, o cinco minutos antes de dormir. Talvez puedas tomar esos cinco minutos antes de salir para la escuela o el trabajo, o bien, después de comer, en el horario en que generalmente tomas una siesta. Se trata de cinco minutos, por lo menos, para hablar con Dios, a solas. Deberás salir de tu habitación si aún está tu esposo o esposa, o esperar a que se vaya. Si eres ama de casa, procura que sea en un momento en que nadie te esté interrumpiendo. Pero deben ser consagrados a Dios, no para leer la Biblia, para eso debes encontrar otro momento, o tomarte más tiempo. No son cinco minutos para cantar, ni para relajarte, ni para meditar. Son cinco minutos para hablar con Dios.
En cinco minutos puedes agradecer, adorar, y hasta pedir ayuda, eso dependerá de lo que más tengas en tu mente, o lo que te esté preocupando. Notarás que cinco minutos es muy poco, pero recuerda, la idea es desarrollar el hábito. Cuando llegas a la conclusión de que necesitas más tiempo con Dios, automáticamente cambia tu manera de ver las cosas que haces, y te darás cuenta que puedes dedicar más tiempo a tu intimidad con Dios.
Vivimos malgastando mucho tiempo en cosas que no son tan importantes. Desperdiciamos mucho tiempo preocupados, pensando en cosas poco importantes, viendo mucha televisión, navegando en Internet. Llegar a valorar la intimidad con Dios como se debe, ajustará tus prioridades, encontrarás más tiempo y estarás más cerca de Él.
Analiza esto; muchas personas dedican muy poco tiempo en la relación con su familia, pero cuando un familiar muere, a como dé lugar, asistimos a la vela o al funeral. No hubo tiempo para visitarle cuando estaba vivo, y cuando muere, hasta pedimos permisos, vacaciones, lo que sea, para despedirlo estando ya muerto. Es una de las ironías más grandes que vivimos. Aún no sabemos administrar el tiempo, que es uno de nuestros bienes más valiosos, tan valioso que no se puede comprar, y una vez que se gasta, no se puede reponer.
Si tú eres de esas personas que con facilidad puedes dedicar mucho tiempo para orar a solas con Dios, en intimidad, y con calidad, felicidades. La recompensa es sólo cuestión de tiempo. Pero si no es tu caso, empieza hoy, al menos con cinco minutos. Al terminar ahora de leer, apaga tu computadora, o pon en modo silencio tu celular, y busca un lugar donde puedas estar a solas con Dios. Si crees que no tienes nada qué decirle, empieza agradeciendo, y si estás muy angustiado, clama, pide ayuda. Puedes ayudarte con la oración del Padre Nuestro para encontrar algunos puntos que te guíen (Mateo 6:9-13), pero luego procura hablar con Dios como con un padre, como el Padre que es, como tu amigo, como tu Dios. Háblale como un hijo o hija, háblale con verdad, con humildad, con sencillez. No tienes que presumir de lo que sabes o de lo que tienes delante de Él, sería ridículo. Háblale y espera Su respuesta, porque la oración no es un monólogo, es un diálogo con Dios.
Empieza hoy con cinco minutos por lo menos, y si puedes más, mejor. Y si cada vez que oramos Él está cerca, orar será una de las cosas más importantes para hacer en el día, más que comer, que dormir, o cualquier otra cosa. ¡Vamos! Hablemos con Dios.