1ra Tesalonicenses 5:17

Orad sin cesar.

1ra Tesalonicenses 5:17 es uno de los versículos más cortos de la Biblia. Dice: «Orad sin cesar». La oración es una de las prácticas enseñadas por el Señor Jesús. Jesús enseñó con el ejemplo que debíamos ser bautizados, que debíamos servir, que debíamos amar al prójimo; pero también nos enseñó los hábitos que debemos poner en práctica como hijos de Dios. Jesús se congregaba, Jesús hacía buenas obras, Jesús obedeció en todo a Dios, y Jesús oraba a Dios. Los evangelios narran que Jesús solía levantarse temprano a orar aparte en un monte, a solas (Marcos 1:35).

Jesús era un hombre en constante comunión con Dios por medio de la oración; Él oraba al partir el pan, oraba por Sus discípulos, oró al Padre en el momento de angustia cuando se acercaba la hora de Su sacrificio. Jesús además enseñó cómo debíamos orar y nos dio la oración por todos conocida como «El Padre Nuestro»; pero que es más un modelo de oración a seguir que una recitación. En esta oración modelo se nos insta a adorar a Dios por lo que Él es y por lo que Él hace, a pedir que se haga Su voluntad, a pedir por las cosas que necesitamos, a pedir perdón y a pedir protección divina.

También Dios enseño que es necesario perseverar en la oración como una práctica de todos los días. Lucas 18 del 1 al 14 muestra dos aspectos muy importantes de la oración. Primero que debe ser constante, hasta que haya respuesta, y segundo, que debe de hacerse con la mejor actitud: la humildad.

Lucas 18:1-8 narra una enseñanza de Jesús por medio de la parábola de la viuda y el juez injusto. Había una mujer viuda que todos los días iba al juez a pedirle justicia, ya que tenía un adversario, y el juez, quien no temía a Dios, ni respetaba a hombre, por algún tiempo hizo oídos sordos a la petición de la viuda, hasta que se dijo a sí mismo que para no perder la paciencia, le haría justicia a la viuda, con tal que no llegara más a molestarlo. Hay muchas formas de abordar esta parábola, pero el objetivo lo revela el versículo 1: «les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar».

Todas las oraciones que hacemos son escuchadas por Dios, algunas las contesta inmediatamente, otras no. A algunas dice: sí; a otras: no. Pero todas las contesta. Dios se toma Su tiempo para hacer las cosas oportunamente, y espera que nosotros tengamos la certeza de que Su respuesta llegará en el momento adecuado; no antes, ni después. Pero debemos insistir, y permanecer en la fe de que Dios actuará. Orar por lo mismo siempre no es recordar a Dios por si quizás se olvidó, es recordarnos a nosotros para que mantengamos la esperanza de nuestra fe.

En los versículos del 9 al 14 del capítulo 18 de Lucas, Jesús muestra lo indispensable de orar a Dios con humildad. Acá se narra la parábola de fariseo y el publicano, el primero oraba consigo mismo, mencionando todo lo bueno que hacía, jactándose de sus buenas obras y comparándose a sí mismo, siendo más digno, según él, que el publicano. Pero éste último oraba a Dios con plena consciencia de sus errores, de sus pecados, y pidiendo la misericordia de Dios. Es interesante que la Biblia registre estas palabras: el fariseo oraba «consigo mismo», Dios no estaba en esa oración. Cuánta gente puede estar orando consigo mismas y sin tomar en cuenta a Dios. Esas oraciones no son adecuadas. Espero que de ahora en adelante medites si de repente estás hablando contigo mismo mientras oras, y te detengas, y empieces a decirle a Dios: «sé propicio a mí, pecador».

Es necesario que nuestras oraciones se hagan con plena certidumbre de que Dios está con nosotros, de que delante de Él no podemos ocultar nada. De nada sirve jactarnos, o incluso decir cuánto nos merecemos aquello que le pedimos, porque ante Dios en realidad no merecemos nada, mas bien estamos en deuda. Lo bueno es que Dios escucha tu oración, siempre y cuándo la dirijas a Él, y no a ti mismo.

Las respuestas de Dios no siempre son lo que esperamos, no siempre son en el tiempo que la pedimos, pero siempre son en el tiempo correcto. Por eso no dejes de orar por aquello que anhelas. Salmos 37:4 registra la declaración del rey David sobre las respuestas de Dios: «Deléitate asimismo en Jehová, Y él te concederá las peticiones de tu corazón.» Dios concede lo que pides, y aún más abundantemente, por eso no dejes de creer, no dejes de pedir, no dejes de orar. Aunque ya parezca imposible, insiste; porque Dios siempre cumple Sus promesas.

Una cosa es contar la historia cuando todavía estamos pidiendo algo a Dios, y otra muy distinta es contarla cuando Dios ya la concedió. Ana contaría después que Dios le permitió quedar embarazada y dar a luz al profeta Samuel; cada vez que se hable de él ella diría: ese es mi hijo. Trece años de preguntar y esperar pasó José desde el pozo hasta el trono; Dios no olvidó sus sueños, Dios no cerró Sus oídos a la oración de aquel muchacho, pero en Su tiempo, en el momento oportuno, lo mandó a llamar desde el calabozo donde estaba para sentarlo en el trono de autoridad sobre todo Egipto. Desde entonces él habrá contado de su oración contestada.

Puede que aún estés pidiendo, pero llegará el día en que contarás de la respuesta de Dios y de cómo te sorprendió, a pesar de todo el tiempo que estuviste orando. No te canses de orar, que no decaiga tu fe, no te desanimes, porque Dios siempre responde. Sigue orando, hasta que llegue la respuesta.