Llevaba meses así, adolorido, las secuelas del COVID-19 hicieron estragos. Sus pasos eran lentos, su voz tan distinta, sus ojos apagándose cada vez más. Aún tenía muchos planes, que fue dejando de mencionar en la medida en que su agonía se agudizaba. Él oraba pidiendo a Dios que tomara su vida para poder descansar del dolor. Pero esa mañana fue tan diferente, es como si él podía anticipar que la hora había llegado, y quería decirnos adiós. Desesperada por buscar ayuda me alejé de su lado, y cuando volví con ayuda, ya no era necesaria. Se había ido, su cuerpo estaba allí, pero él se había ido. Perdí la cuenta de cuántas veces me habría dicho: ya de hoy no paso; hasta que ese “hoy” llegó, en un 23 de junio, día del padre. Dios le permitió despedirse en paz, morir en su casa, como lo deseaba, sin deudas, sin rencor, incluso su sepulcro estaba pagado por él mismo, con el esfuerzo de su trabajo, y fue un entierro digno, con honor.

Ha pasado un año y he tenido la oportunidad de meditar en tantas cosas, y quisiera compartir a modo de consejo sobre las reflexiones más importantes que esta experiencia me dejó.

1.- Escucha más, abraza más, perdona rápido. Tu padre, como el mío, no es perfecto, pero es tu padre. Y de paso, tampoco nosotros somos perfectos. Nos perdemos de abrazos por buscar cosas, nos perdemos momentos presentes, por anticiparnos a momentos futuros. A quien hoy pudiste abrazar, puede que mañana ya no esté, así que considera que sólo tienes un momento: este. Es con el ahora que puedes hacer algo, porque lo anterior ya pasó, y lo que viene no está garantizado. Así que ama ahora, perdona ahora, abraza ahora, toma la decisión más importante, la que has venido postergando, ahora.

2.- Valora a tus padres porque ellos son tus primeros y más importantes maestros. De ellos tenemos una herencia inevitable, y un modelo a imitar. De mi padre no sólo heredé rasgos físicos; con él aprendí el amor al trabajo, la formación continua, la honradez, el respeto, la disciplina, el orden, la fuerza de voluntad. De hombre de campo a maestro de obra, pasando por carpintero con desempeño de excelencia, y desarrollando habilidades en casi todos los oficios; fue un padre que supo combinar el rigor y el cariño. Herencia es lo que los padres dejan a los hijos, legado es lo que los padres dejan en los hijos.

3.- Prepárate para la eternidad. Esta vida como la conocemos es temporal, pero somos eternos. Solo que la eternidad tal cual no la podemos comprender ahora, aunque sí podemos conocer algunos detalles de ella por medio de la Palabra de Dios. La vida es una trayectoria continua, y la muerte es sólo una transición entre lo temporal y lo eterno, entre lo material y lo espiritual. La muerte es la bifurcación más importante de la vida, cuya ruta a seguir se decide antes de llegar allí. Agradezco tanto a Dios por permitirle a mi padre rendirle su corazón a Cristo y caminar en sus caminos desde su conversión hasta su muerte, porque con ello tengo certeza de que está en un lugar de descanso y consuelo. Al conocer por la Palabra de Dios la dimensión gloriosa de la eternidad más allá de esta condición temporal, puedo sonreír con gratitud, con gozo de saber que ciertamente quienes ya descansan, como mi padre, están mucho mejor que yo, porque están con Cristo (Fil. 1:23), porque tomaron una decisión por fe que los lleva a estar con Dios por la eternidad.

No se puede describir el sentimiento de orfandad hasta que se vive, usando como pluma el dolor, y como tinta las lágrimas. En la adopción que Dios hace de nosotros por medio de Cristo, tenemos la compañía permanente de un Padre eterno y perfecto, que nos ayuda a sobrellevar el dolor de la muerte, el dolor de la pérdida, de la soledad, de la separación, en fin, todo dolor; y no solamente a soportarlo entre las muchas adversidades que afrontamos día a día, sino con la actitud adecuada, con la esperanza puesta en un desenlace sublime y glorioso.