En este artículo, abordo el tema de ser un extranjero, desde algunas esferas: causa, efecto, experiencia, y veremos la perspectiva bíblica en aspectos tanto positivos como negativos. Este contenido está basado en el análisis de la Biblia respecto de la experiencia de ser un extranjero, y la palabra extranjero o sus derivados.

Debo comentar que, en primera instancia, considero que los primeros extranjeros en la tierra fueron Adán y Eva. Ellos habitaban en el Huerto de Edén, pero por haber pecado, fueron expulsados, y tuvieron que habitar otra tierra, una distinta al huerto que había sido preparado para ellos, una tierra que no era un paraíso. Desde esta perspectiva, la condición de extranjeros ha sido parte de la existencia del ser humano en la tierra a raíz del pecado, lo que le hace tener una cierta connotación negativa desde el principio.

Sin embargo, de manera literal, la primera vez que se usa el término “extranjero” en la Biblia es en el capítulo 4 de Génesis, el cual además narra el primer homicidio: Caín mata a su hermano Abel, y Dios lo envía a huir como errante y extranjero, a lo cual Caín reconoce que esta condición hará que sea despreciado, y que otros quieran matarle.

“He aquí me echas hoy de la tierra, y de tu presencia me esconderé, y seré errante y extranjero en la tierra; y sucederá que cualquiera que me hallare, me matará.” Gn. 4:14

Estas dos primeras escenas de la experiencia de extranjero, consolidan con fuerza el aspecto negativo de esta condición, hasta llegar al tercer personaje considerado como extranjero en la Biblia: Abraham. Habitando en Ur de los caldeos, Dios habla con Abraham, y le da la extraña orden de salir de su casa y de su parentela para ir a habitar a una tierra que Dios le diría después. Abraham tomó a su esposa Sara y a su sobrino Lot y se fue a Canaán. Cuando hubo hambre, se fue a Egipto, donde ocurre que, para salvar su vida, le pide a su esposa que diga que son hermanos. Vemos que Abraham sale de Egipto con posesiones y esclavos por causa de Sara, y regresa a Canaán. Aunque Abraham recibió la promesa de heredar toda aquella tierra, habitó en ella como extranjero, al igual que Isaac y Jacob (Heb. 11:9). Isaac, por hambre, también fue forastero en Gerar (Gn. 26:1-17), tierra de filisteos, donde, al igual que su padre, dijo que su esposa era su hermana. Nótese que la condición de extranjero de Abraham, Isaac y Jacob fue en base a la promesa. Abraham no se movió de su propia voluntad, sino en obediencia, y Dios estuvo con él al punto de prosperarle a él y a su descendencia en la tierra de la promesa, entre tanto que la habitaban como extranjeros.

José, hijo de Jacob, fue vendido como esclavo a Potifar en Egipto, y en esa condición de esclavo y extranjero, fue siervo excelente, sufrió cárcel injusta, y llegó a ser el hombre más importante de todo Egipto, solamente por debajo del Faraón. Nunca más volvió a habitar en su tierra, pero pidió que su cuerpo fuese enterrado en aquello que él había conocido como su lugar. La añoranza del lugar de nacimiento y de crianza acompaña al extranjero donde vaya.

Moisés, huyendo a Madiam por haber asesinado a un egipcio, estuvo 40 años como extranjero, hasta que Dios lo llamó para ser el libertador de Israel. El extranjero sabe que no pertenece al lugar en donde está. Moisés nació en Egipto, cuando su pueblo era esclavo, pero no pertenecía a Egipto, sino a su pueblo, era un hebreo, un israelita, y pertenecía al lugar donde su pueblo estaba, y también tenía la promesa de la tierra que Dios había dado a sus padres Abraham, Isaac y Jacob. Moisés fue un hebreo entre la realeza egipcia, un extranjero entre los madianitas (Hechos 7:29), un extraño entre los hebreos, y no alcanzó a pisar la tierra prometida. Su sensación de extranjero seguramente duraría toda su vida. Todo el pueblo de Israel fue extranjero en tierra de Egipto por más de cuatrocientos años, la mayoría de ellos siendo afligidos como esclavos (Hechos 7:6).

A partir de esta experiencia, con la participación de Moisés, vemos el principio de igualdad ante Dios, para quien todos somos iguales, todos tenemos igual valor, seamos naturales o extranjeros. Fue por medio de Moisés que Dios dejó la ley para la nación de Israel, una nación que estaba formando, una ley que contemplaba los principios dados por Dios primeramente a Abraham, respecto del trato hacia los extranjeros. Génesis 17:12 y 27 habla de la señal de la circuncisión, dada por Dios a Abraham, en la que los extranjeros nacidos en casa o comprados por dinero, de edad de ocho días, debían ser circuncidados. Esto es la base de un principio espiritual establecido por Dios, de que no debe haber discriminación de ningún tipo para los extranjeros.

La ley de Dios contempla la participación de los extranjeros en la adoración, en la comunión con Dios, en los votos, en los días de reposo, en el jubileo, además tenían las mismas prohibiciones. Otro aspecto importante y digno de mencionar es que la ley de Dios habla acerca de una conducta compasiva hacia los extranjeros, al igual que para con los pobres, las viudas y los huérfanos.

“Amaréis, pues, al extranjero; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto.” Deut. 10:19

Una vez establecida la ley, y ya en posesión de la tierra, vemos otros eventos y episodios donde personas israelitas salieron y fueron extranjeros, o bien, recibieron a otros extranjeros en su tierra. Este es el caso de Rut.

Primeramente, conocemos la tragedia en la vida de Nohemí, que, huyendo del hambre en Belén, su esposo Elimelec tomó a toda su familia y se fueron a morar como extranjeros en tierra de Moab, donde sus dos hijos llegan a tener esposas moabitas. La suerte de Nohemí no fue favorecida, puesto que su esposo y sus dos hijos murieron. Ella, sola, en tierra extraña, toma la decisión de volver a su tierra, pero una de sus nueras, Rut, decide abandonar su mundo conocido, para acompañarla. Rut estaba en su tierra, pero decide ser extranjera en la tierra de Belén. No obstante, vemos un contraste bien marcado: Nohemí, siendo extranjera en Moab, lo pierde todo, pero Rut, siendo extranjera en Belén, gana respeto, una nueva familia y ser parte del linaje real, y de la genealogía de nuestro Señor Jesucristo.

David también fue extranjero en tierra hostil huyendo de Saúl. Y en su condición de extranjero podemos observar que no tenía seguridad, y como era procedente de tierra enemiga, no se le tenía confianza (1 Samuel del capítulo 21 al 23, el 27 y el 29).

Cuando Salomón dedicó el templo, en su dedicación incluyó a los extranjeros como habilitados para llegar al templo y clamar a Dios, para quienes pedía que fuesen oídos (1ra. Re. 8:41-43), a lo que Dios le contestó afirmativamente, con las debidas cláusulas de obediencia y santidad (1ra. Re.  9:1-9, 2da. Cr. 6:32-33). Lo que sí debemos observar es que ese acercamiento de los extranjeros a Dios debía ser en el mismo temor de los israelitas. Dios había dispuesto manifestarse a las naciones por medio de Israel, y aquellos que se unieran en fe con Israel, serían recibidos por Dios (Is. 14:1; Is. 56:3-7). También los extranjeros son tomados en cuenta en la visión de la nueva Santa Ciudad de Ezequiel 47, recibiendo heredad entre las doce tribus de Israel.

Cuando el pueblo de Israel huyó a Egipto para evitar el castigo de Dios, le desagradaron, y Dios decretó que los destruiría, pero aquellos que fueron llevados cautivos a Babilonia fueron restaurados. Podemos observar, entonces, que si la condición de extranjeros es parte del proceso de Dios, así sea por castigo, el final de todo esto conduce a una mayor bendición.

Algo que la Escritura no nos oculta es el peligro de los extranjeros entre los israelitas, el pueblo de Dios. Notemos el caso de aquellos que tuvieron influencia sobre el pueblo de Israel durante su travesía por el desierto, quejándose al añorar los alimentos de Egipto (Num. 11:4). Así mismo, las mujeres extranjeras con las que se casó Salomón lo indujeron a hacer sacrificios a otros dioses (1ra. Re. 11:1-8). El pueblo de Israel se dejó influenciar de las costumbres de pueblos extranjeros, las cuales eran abominables ante Dios (Is. 2:6).

Así como hubo extranjeros que fueron mala influencia entre los israelitas, también hubo quienes mostraron lealtad y gratitud, como Itai, que, siendo extranjero, acompañó a David cuando por causa de su hijo Absalón debió huir (2da. Samuel 15:19-22). En el N.T. vemos que Jesús destacó el acto de gratitud del extranjero samaritano que era leproso, y una vez sanado, regresó y adoró a Dios.

El mismo Jesús, siendo niño, vivió como extranjero en Egipto, adonde sus padres lo llevaron para guardar su vida cuando estuvo en peligro a causa de Herodes (Mt. 2:13-21).

Todo lo que vemos en el A.T. sobre el trato a los extranjeros en relación a la ley está plasmado en la Escritura, pero no en la práctica. En el N.T. vemos que había sepultura destinada particularmente para los extranjeros (Mt. 27:7). Además, en la religión judía se practicaba una actitud discriminatoria hacia los extranjeros: no le hablaban a los samaritanos, y evitaban juntarse con los extranjeros, porque los consideraban inmundos (Hechos 10:28). Vemos el trato que recibió la mujer cananea que rogaba por la sanidad de su hija endemoniada (Mt. 15:22-23); los discípulos la menospreciaban.

Por lo que vemos en este recorrido bíblico, es posible determinar que algunas de las causas que llevan a una persona a ser extranjera son:

  • Ser castigados por una falta irreparable, irreversible (Adán y Eva, el pueblo de Israel en Babilonia).
  • Huir a causa de un delito (Caín, Moisés).
  • Ser guiado por Dios para una condición de bendición mayor relacionada a los propósitos de Dios (Abraham, Isaac y Jacob).
  • Ser obligado a viajar por maldad de personas envidiosas y en condiciones injustas (José).
  • Por hambre (Elimelec, Nohemí, Malón y Quelión).
  • Por amor desinteresado a una persona (Rut).
  • Para salvar su vida (David, Jesús).

Al considerar cada historia, también encontramos consecuencias. Consideremos, por ejemplo, que la condición de vida de un extranjero que huye por causa de un delito es terrible, en constante temor, en permanente inseguridad, insatisfacción, angustia. Aquellos que viajan para salvar sus vidas podrían experimentar emociones similares, excepto que no son perseguidos por la culpa; y que por lo general, superado el riesgo o peligro de aquello que represente una amenaza, tienden a volver a su tierra en el momento oportuno.

Lo que no podemos perder de vista es, en esencia, que aunque ser un extranjero no es en sí mismo un pecado, o falta, o delito, como tal (excepto si se hace de manera ilegal), las consecuencias o resultados de estas decisiones dependen del grado de acercamiento de la persona a Dios. Si tomamos a Israel, como es el caso, para comprender esta dinámica, observamos con claridad que aquellos que tenían el favor de Dios para viajar les fue bien, incluso cuando fue como parte de un castigo. Pero quienes no tenían el favor de Dios, y actuaron en contra de la voluntad de Dios, les fue mal, por no decir terrible.

Y más profundamente, debemos considerad que todos somos extranjeros aquí, todos somos peregrinos. Comprender esto nos ayuda a no aferrarnos a las cosas materiales. Como hijos de Dios, estamos de paso, vamos de camino hacia nuestra verdadera nación, la ciudad celestial, en plena comunión con Dios (Heb. 11:13; 1ra. Pe. 2:11). Debemos soltar toda aprehensión a este mundo.

Sabemos que la realidad de un extranjero es tan variable, tan distinta, como extranjeros hay en cualquier parte del mundo. Cada experiencia es una historia de familias rotas, de peligros en el camino, de incertidumbre, de días con hambre, de noches con frío, de discriminación, así como podría ser de puertas abiertas, de gente compasiva, de manos extendidas, de sueños alcanzados. El Dios que obra en una nación, obra en otra y en todas. La clave del éxito de cada persona en relación a todas las áreas de su vida no se basa en los buenos planes que tenga, sino en el favor de Dios en su vida.

En Éxodo 33:15 dice: «Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí.» Muchos se acordarán de este pasaje, pero el más fundamental está antes en el 14: «Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso.» ¿Lo nota? Antes de que Moisés declarara esta condicional, Dios ya le había asegurado su compañía en el viaje. Todo este fenómeno migratorio que estamos experimentando representa un cambio en la estructura social tanto del país que se deja como del país al que se llega. Para los hijos de Dios, esto es relevante en dos aspectos:

  1. Si viajan, asegúrense antes de que es la voluntad de Dios que lo hagan, de modo que lo fundamental no sea el objetivo final que se persigue (salvar una vida, saciar hambre, superarse económicamente), sino la continuidad de una relación cercana con Dios.
  2. Si habitan en una comunidad donde hay extranjeros, deben tratarles como la Palabra de Dios enseña que deben ser tratados, de forma compasiva, considerándose a sí mismos extranjeros en este mundo.

Finalmente, todos somos iguales ante Dios, todos como seres humanos debemos ser compasivos y procurar el bien común. No podemos ser indiferentes a las necesidades de quienes nos rodean, así como no lo somos a las nuestras. Una comprensión clara de lo que estamos viviendo es el primer paso, y luego le seguirán pensamientos y acciones específicas que deben ser guiadas por Dios para enfrentar los efectos de toda esta desintegración social que estamos experimentado.