Lamentaciones 3:22-23
Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias.
Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.
Si Dios nos tratara conforme nuestras obras, hubiéramos sido consumidos. La grandeza de la misericordia de Dios nos ha favorecido, al menos eso piensa el rey David, en una expresión que se incluye a sí mismo, y esto que de él Dios dijo que era un hombre conforme a Su corazón (Salmos 103:10-11). Misericordia es una virtud que mueve hacia la compasión de otros que están en condición miserable. Es decir, Dios se compadece de nosotros al ver que por nuestras rebeliones estamos expuestos a miseria y condenación, y nos da nuevas oportunidades de hacer las cosas mejor, conforme a Su voluntad.
El sabio rey Salomón continuó meditando acerca de la misericordia de Dios y afirmó que cada mañana Dios tiene misericordia de nosotros. Junto con un nuevo día, Dios también se compadece de nosotros. Cuando podemos reconocer esto, sabremos disfrutar y administrar adecuadamente cada día. Es posible que muchos vivan sin planes, como si no hay mañana, como si no hay eternidad, ni condenación. Pueden vivir así todo el tiempo que quieran, pero eso no cambia la verdad. Lo bueno es que aún hay esperanza para los que están entre los vivos (Eclesiastés 9:4).
Cada mañana al despertar eres favorecido con la misericordia de Dios. Tienes delante de ti la oportunidad de tomar esa misericordia y levantar tu cabeza, emprender ese nuevo día con una actitud diferente y agradecer a Dios por esta nueva oportunidad. No la merecemos, pero Él la da por amor. Por años muchas personas pasan negando la existencia de Dios, aún así cada mañana Dios se compadece de ellos, hasta que ocurre una de dos cosas; o llega un día sin mañana que ya no podrá ser contado como oportunidad, el día destinado para entregar nuestro cuerpo y espíritu, o esa alma reconoce la misericordia de Dios, la recibe y sin importar que no hayan más mañanas, recibe los beneficios de la poderosa misericordia de Dios.
Todos somos pecadores, pero somos llamados a una vida santa. La misericordia de Dios no es una licencia para pecar, es un beneficio extendido por Dios a causa de Su amor. No podemos hacer nada para merecerla, pero despreciarla puede costarnos la vida.
La misma misericordia que tuvo un día Dios para contigo, la tiene por el que aún no le conoce. Y una de las formas de mostrar Su misericordia es a través de ti, de tu predicación del evangelio, de tu testimonio. La misericordia que un día Dios tuvo para ti se manifiesta ahora por medio de ti. Como hijos de Dios estamos llamados a tener misericordia de los demás, por eso hacemos todo lo que la iglesia hace, especialmente anunciar las buenas nuevas de salvación. Dios no nos puso a condenar al mundo, porque es algo que Él hará. Si después de todo lo que da evidencia de Su existencia y de Su poder, muchos se niegan a aceptarle y adorarle como Él ordena, no se podrá hacer más nada, pero no corresponde a nosotros determinar este final. Mas bien somos llamados a declarar del poder de Dios en nuestras vidas.
Nada manifiesta más el poder de Dios que las vidas transformadas. Para el mundo las personas no cambian, siempre son las mismas, pero la misericordia de Dios hace posible las nuevas oportunidades; gente que puede abandonar cualquier vicio, matrimonios restaurados, corazones reparados, milagros. Cada vez que tu vida refleja el cambio que Dios hace en ti, das a conocer al mundo la misericordia de Dios. Ninguno merece la gracia de Dios, que recibimos por compasión y no por mérito. La recibimos también por fe y no por obra. Y lo que hemos recibido por gracia estamos llamados a dar de gracia (Mateo 10:8).
Dios se muestra compasivo hacia el necesitado, hacia el abatido, hacia el hambriento, el sediento, el olvidado; Su misericordia también es hacia los huérfanos, las viudas, los afligidos. Pero ser pobre o humillado no significa ser salvo, porque la salvación no es por condición social o pobreza extrema. Y aunque parezca increíble, Dios tiene misericordia del rico, del malhechor, del ateo, de todo pecador.
Cuando Jesús predicaba, generalmente quienes más recibían el evangelio eran borrachos, publicanos y prostitutas. Él afirmó que no había venido a buscar a los que estaban sanos, sino a los enfermos (Marcos 2:17). La peor enfermedad es el pecado, porque algunas enfermedades lo más terrible que pueden causar es la muerte del cuerpo, pero el pecado puede causar la condenación eterna. Hay muchos que se creen salvos, o que se creen sabios en su propia opinión, dejando de lado las leyes de Dios, y negándole. Es difícil llegar a un corazón encerrado en sí mismo. En ellos no hay que insistir, sobre todo cuando hay tantos que sí están dispuestos a escuchar el mensaje de salvación. Y a pesar de la dureza de muchos corazones, Dios sigue mostrando Su amor, teniendo misericordia de ellos cada día.
Ciertamente Dios mostró su compasión para con aquel ladrón que fue crucificado a la derecha de Jesús. Sin duda Dios todos los días se acercó para mostrarle Su misericordia, pero él no la tomaba y seguía en sus delitos. Hasta que un día, ya condenado a muerte, se le presentó por última vez la misericordia de Dios, lo mismo que al que fue crucificado con Jesús al lado izquierdo. Pero éste último rechazó la misericordia de Dios hasta el último suspiro de su existencia y fue condenado no sólo a la muerte física, sino al tormento eterno.
La Biblia enseña que Jesús no vino a condenar al mundo, sino que la condenación es negar a Jesús y no recibirle, permaneciendo en el pecado, en la oscuridad (Juan 3:19). Todos los días contamos con la misericordia de Dios, pero al recibirla nuestras vidas cambian, como pasó con aquel malhechor que al morir fue recibido en el paraíso para descanso eterno. El asunto es que esta historia despierta le deseo de muchos de esperar hasta el último momento, pero nunca sabes cuándo será ese último momento. Por lo fugaz que es la vida en sí misma, es mejor asegurarnos de la salvación hoy mismo.
Cada mañana que despiertas, cada día, Dios tiene misericordia de ti. También la tiene para conmigo. Su misericordia es un regalo maravilloso. Dios sabe que vivir sin Él es agonía permanente, por eso extiende Su mano hacia nosotros, pero sólo puede actuar cuando tomamos Su mano. Recibe y disfruta la misericordia de Dios. No es algo que merezcamos, pero no debemos menospreciarla. Dios que conoce nuestros corazones sabrá si valoramos o no Su misericordia.
¡Gracias Señor por tus misericordias! No las merezco, pero las agradezco. Son mi oportunidad de vivir cada día para conocerte, amarte y hacer Tu Voluntad.