1ra Reyes 19:4
Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres.
La vida es acompañada por días grises, días tristes, pesados. Muchas veces lamentamos lo mal que nos va, pensamos que ha sido lo peor que nos pudo pasa, y como ironía del destino, ocurre algo que lo supera. Quizás no sea algo que le pase a todos, pero sí a muchas personas. Se trata de la depresión, que suele ser una reacción a los eventos desafortunados e inesperados que afrontamos en algunos momentos.
Una cosa es renunciar en el primer intento, pero quienes han intentado de muchas maneras sin obtener los resultados esperados, pueden llegar a experimentar el sentimiento de frustración, y cuando éste se prolonga, produce depresión. Las fuerzas sólo se pueden gastar si en verdad nos esforzamos. Después de intentar e intentar, podemos llegar a experimentar falta de fuerzas, de ánimo, falta de ganas de seguir adelante, de continuar. Es un sabor insípido a vacío y desolación, a desconsuelo. Es el repaso en la memoria de todos los intentos. Es el golpe del fracaso abofeteando al luchador que ha dado todo.
Cuando las fuerzas se acaban hay un sentimiento de impotencia. A los seres humanos nos agrada la idea de poder, de lograr, de hacer. Pero cuando estas cosas no se alcanzan, o se agotan, viene la insatisfacción. ¡Oh, qué terrible luchar con ideas de culpa, luchar contra los «hubiera»!
Cuando se acaban las fuerzas, la mente sigue trabajando, pero esta vez como si hiciera campaña en nuestra contra. Vienen todas las ideas negativas, las recriminaciones, el recuento de todas las cosas que provocaron el estado actual. La mente trata de encontrar al responsable, como si eso resolviera el problema. Pero la mente no encuentra justificación, no encuentra resignación.
Cuando las fuerzas se agotan, aunque ya no hay más acción, no hay paz.
Un profeta del Antiguo Testamento experimentó un tiempo de depresión. 1ra Reyes 19 narra ese momento. Se trata del profeta Elías, quien venía de haber provocado lluvia después de tres años y medio de sequía, había hecho caer fuego del cielo para consumir una ofrenda en holocausto delante de todo el pueblo, recién había dado muerte a cuatrocientos cincuenta profetas de Baal degollándolos. Todo esto había hecho el profeta Elías en una sola jornada. Pero cuando supo que la esposa del rey declaró que lo mataría, salió huyendo al desierto y se escondió debajo de un enebro. Un enebro es un árbol cuyas ramas caen hacia el suelo, creando un espacio cerrado rodeado de sombra. En ese momento el profeta deseaba morirse, y dijo a Dios: «Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres».
El profeta Elías era un hombre fuerte, un hombre que había experimentado el poder de Dios en su vida. Sin embargo, ante la amenaza de muerte que hiciera una mujer vanidosa, soberbia y altiva, huyó despavorido. Seguramente Elías estaba cansado, había tenido una jornada muy pesada, había gastado todas sus fuerzas. ¿Has experimentado falta de fuerzas? Es un estado en el que lo único que quieres es descansar, al punto de evitar hablar. Elías estaba cansado, y en ese estado recibió el mensaje de la amenaza de muerte, por lo que inmediatamente se alejó de donde estaba en busca de un lugar donde estuviera fuera de peligro.
Cómo sería de profunda la depresión de Elías que deseaba morirse. Se sintió sin ganas, sin motivación, sin esperanza. Tuvo temor de que sus días acabaran en manos de una mujer orgullosa acostumbrada a realizar sus caprichos. Qué poca estima tuvo en ese momento Elías de todas las grandes proezas que había realizado por medio de la mano poderosa de Dios. Y es que es así, cuando estamos deprimidos y sin fuerzas, por alguna razón vienen pensamientos conflictivos; o ignoramos del todo las cosas buenas, los logros y bendiciones recibidas, o las menospreciamos pensando que para nada sirven en medio de la situación en que nos encontramos.
Las fuerzas se acaban cuando tratamos de salir de un encierro de cuatro paredes, de un callejón sin salidas. Uno intenta tanto salir que lo único que consigue es gastar sus fuerzas.
Las fuerzas se acaban cuando no vemos cambios, después de tanto esfuerzos, de tantos sacrificios. Cuando a pesar de cualquier cosa que hacemos no vemos que se mueva nuestra condición a un estado mejor, o lo que es peor, la situación se agrava. Cuando tocamos puertas y no se abren. Cuando lo damos todo y no recibimos nada.
Pero cuando las fuerzas se agotan, es bueno que nos apartemos por un momento para buscar a Dios, y recibir de Él nuevas fuerzas. Estando debajo del enebro, Elías recibió alimento y bebida por medio de un ángel, y descansó. Después emprendió una nueva jornada de trabajo, no sin antes ser amonestado por Dios.
El profeta Elías pensaba que era el único profeta de Dios en ese momento en todo Israel. Pero Dios le hizo saber que habían otros siete mil que no se habían ido en pos de la idolatría. Cuando pasamos por cosas difíciles hay un momento en que ignoramos que otros están en la misma condición, o incluso peores. Creemos que nuestro problema es más grande que el de otros, y pensamos que es tan difícil que no lo podemos soportar. Pero recuerda que Dios no permitirá que seas tentado más allá de lo que puedas resistir, porque cuando venga la tentación Dios provee la salida (1 Corintios 10:13), por lo que lo único que necesitas es sabiduría para encontrarla.
No desperdicies tu mente pensando que tu problema es el peor, eso en realidad no es útil, de nada sirve.
Más bien presenta tus problemas delante del Señor, Él puede darte descanso (Mateo 11:28), entre tanto que tomas nuevas fuerzas para seguir adelante. Dios tiene el poder de hacer de ti una persona mucho más capacitada y fuerte de lo que te imaginas.
Lamentablemente, muchas personas sólo aprenden lecciones de vida por causa de las situaciones difíciles. Entre tanto que las cosas están bien son holgazanes, rebeldes y desordenados, pero cuando aparecen los problemas, y por más que hagan no los resuelven, es entonces que ya cansados buscan la ayuda de Dios.
Si nos toca llegar al cansancio y a la falta de fuerza, aprendamos la lección esta vez. Aprendamos a depositar nuestra confianza en Dios. No se trata de la ausencia de esfuerzo alguno y de que todo lo que necesitemos Dios lo enviará desde el cielo. Más bien es tomar un tiempo para hablar con Dios, desahogarnos con Él, descansar en Él, y esperar de Él nuevas fuerzas, alimento espiritual, palabras de vida, de consuelo, de esperanza.
Las cosas cambian todo el tiempo, de un momento a otro; ahorita estamos alegres y de repente pasa algo que nos causa tristeza. Hoy tenemos comodidad y al otro día, por una mala decisión lo perdemos todo. Gozamos de buena salud un tiempo, y después nos diagnostican una enfermedad inesperada y peligrosa. En medio de tantas cosas que cambian tan rápidamente, lo único que permanece estable es Dios, Su amor, Su poder, Su justicia, Su misericordia. Si Dios es más grande que el problema, entonces pon tu problema en manos de Dios, y espera tranquilo entre tanto que Dios actúa y tú haces Su voluntad, como Elías que después de descasar, comer y beber, es encomendado a seguir su trabajo.
No renuncies cuando te falten las fuerzas. Generalmente es el momento que aprovecha Dios para mostrar Su poder. Si ya con todos nuestros intentos no se logró, es hora de dejar que Él actúe.
Si te están faltando fuerzas, deja todo por un momento y acércate a Dios. Deja que Su Palabra te alimente.
Puede que estas palabras te incomoden, pero evita pensar que tu problema es peor que el de los demás. Primero porque eso en verdad no ayuda en absoluto, y segundo porque tú no sabes las situaciones de todas las demás personas en el mundo, o incluso a tu alrededor.
Cuando se te acaben las fuerza, ve a la fuente de toda fuerza, a la fuente de la existencia misma. Acércate a Dios.