Eclesiastés 7:14
En el día del bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a fin de que el hombre nada halle después de él.
En tiempos tan difíciles como los que vivimos actualmente, la Palabra de Dios nos insta a considerar, a meditar. Hay una enseñanza, propósito o prueba en medio de todo esto, y los diligentes encontrarán las respuestas en Dios en la medida en la que se acerquen a Él. Sin embargo, aún teniendo respuestas, no negamos el impacto del dolor, como reacción natural ante el sentimiento de pérdida, más aún cuando ésta es repentina.
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Esta meditación a la que somos invitados, con la guía del Espíritu Santo, nos brinda esperanza, consuelo y fe, porque nos permite encontrarnos nuevamente con el Dios Todopoderoso que hizo los cielos y la tierra, que tiene el control de todas las cosas.
En esta oportunidad, dada la sumatoria de eventos catastróficos, pandemia, crisis económica y deterioro de las relaciones y la convivencia humana, al menos del modo en que estábamos acostumbrados, habiendo meditado y considerado en alguna manera, y con la experiencia personal de mi contexto, presento cuatro consejos que puedes analizar y, si te animas, aplicar a tu vida.
Primer consejo: ordena tu casa
2 Reyes 20:1-6 nos relata un episodio interesante del rey Ezequías en el que se le anuncia que va a morir, y en dicho anuncio se le da una instrucción: «ordena tu casa». Obviamente esta no es una invitación a ponerse a hacer el aseo de la casa, literalmente, sino una amonestación a corregir lo que está mal en la conducta moral y las relaciones de la persona. El pasaje narra que este rey vivió 15 años más después de esto. Lo que quiero resaltar de este pasaje es el mensaje central, el cual no es que el rey iba a morir. Todos vamos a morir, esto es inevitable. Pero el mensaje relevante es que se prepare para ello.
¿Podrías afirmar con seguridad que estás listo o lista para morir? ¿Has considerado que la muerte llegue de forma inesperada y súbita? Generalmente le tenemos miedo a la muerte y hay unas cuantas razones: el sentido de eternidad que tenemos y que se contradice con el concepto de muerte que conocemos, el deseo de hacer muchas cosas y verlas interrumpidas por causa de la muerte, la consciencia del dolor que esto provocará en quienes nos aman, la incertidumbre de cómo pasará.
Pero aún la Palabra de Dios nos invita a prepararnos para la muerte. En un sentido práctico, prepararse para la muerte puede significar dejar en orden los asuntos en los que estamos involucrados. No tenemos ni idea lo que pasará con quienes nos sobrevivan una vez que nos llegue nuestro turno de morir, y no deberíamos preocuparnos por ello, es una angustia innecesaria e inútil. Pero hay cosas específicas que podemos hacer en pos de prepararnos para este momento de la vida. Dejar un testamento, preparar a la generación de relevo o delegar funciones, honrar las deudas, organizar toda la información relevante, documentos en físico y digitales que sean importantes, tales como escrituras, contratos, seguros de vida, etc.. En alguna manera, se trata de asegurar que al morir, nuestra voluntad final sea conocida, y la información o documentos relevantes estén seguros con la persona correcta o en un lugar seguro.
Nos cuesta pensar esto, aunque con los eventos recientes, no nos resulta tan disparatado pensar en hacerlo aunque seamos jóvenes, puesto que la muerte nos puede sorprender a cualquier edad.
Ordenar la casa de las cosas materiales, de los asuntos financieros, de las herencias, es una de las cosas que debemos hacer, dadas las circunstancias. La carencia de esta gestión muchas veces provoca grandes conflictos familiares, injusticias y pérdidas, que se suman al dolor.
Segundo consejo: suelta las cargas
Hebreos 12:1-3 nos invita a vivir la carrera de la vida, la maratón de nuestra existencia terrenal, livianos, quitando dos cosas: todo peso y el pecado que nos asedia. Para entender el principio bíblico, el apóstol ilustra la vida de la fe con una carrera, una competencia, donde los atletas avanzan hacia la meta, la cual para nosotros como cristianos, es Cristo (llegar a ser como Él). La ilustración radica en el hecho de que al correr, los atletas procuran estar sin cargas, van con la ropa y el cazado adecuados para correr más rápido y así llegar a la meta.
Del mismo modo, esta vida es una carrera, todos llegamos al final de esta carrera el día que morimos, eso no es definido por nosotros, y no podemos incidir directamente sobre ello, pero sí tenemos la oportunidad de escoger cómo corremos, la ropa que usamos para la carrera, el tipo de calzado que llevamos. Nótese la separación de «todo peso» y «el pecado que nos asedia». Veamos lo primero: ¿Qué te hace peso? ¿Qué cosas de la vida se te vuelven difíciles o insoportables? ¿Qué recuerdos te causan sufrimiento? ¿Qué actitudes te provocan problemas?
Lo que te hace peso está en tus decisiones, no en los demás. Nadie te dice cómo debes de pensar, ni te obliga a actuar de tal o cual forma. Lo que vives día a día es el resultado de tus pensamientos y tus elecciones, en otras palabras, de tu voluntad. No digo con esto que tu escoges si llueve o no, pero sí puedes escoger tu actitud ante la lluvia, y así con cada cosa que ocurre en tu vida. Alivianar la carga es soltar lo que te hace peso: malos recuerdos, rencor, deseos de venganza, todo aquello que de no tenerlo, te sentirías más libre, más feliz.
Generalmente perdemos de vista muchas de las bendiciones de Dios, por fijar nuestra mirada en detalles que realmente son irrelevantes. Soltar las cargas es hacer a un lado todo aquello en tus actitudes y pensamientos que te vuelve la vida miserable. Soltar las cargas es tener consciencia de lo breve que es la vida, y aprender a llenarla de lo que realmente es importante.
Cuando sueltas las cargas correctas y vives liviano descubres el arte de vivir. Una forma de saber qué puedes solar es hacerte las siguientes preguntas: ¿haría lo que estoy haciendo si hoy fuera el último de mis días?, ¿esto que estoy haciendo me acerca a mi propósito de vida?, ¿qué hábitos, actitudes y pensamientos me impiden acercarme a mis metas? Medita a conciencia en estas tres preguntas y te darás cuenta que mucho de lo que estás haciendo y pensando es un peso que debes soltar.
Tercer consejo: perdona
Proverbios 19:11 dice: La cordura del hombre detiene su furor, Y su honra es pasar por alto la ofensa. Esta segunda parte del versículo: pasar por alto la ofensa, no es más que perdonar. El perdón es una necesidad, es un mandamiento, es un antídoto para el veneno de la amargura, es sanidad del alma y del cuerpo.
Mucho se ha hablado de la necesidad de perdonar. Para efecto de esta breve lista de cuatro consejos en tiempos de pandemia, la invitación a perdonar se vuelve un llamado urgente. Muchos se están yendo a la eternidad sin arreglar cuentas con aquellos a quienes dañaron o de quienes recibieron daño. Lo que es más triste aún, muchos viven con sus familias guardando rencor por cosas del pasado, que no logran sanar por falta de perdón.
La urgencia de perdonar radica en el hecho de que no recibiremos perdón de Dios a menos que perdonemos a nuestros semejantes (Mateo 6:14-15). ¿Puedes imaginarte la cantidad de personas que no podrán entar al cielo por no haber perdonado? Cuando te llegue la hora, espero que no seas tú uno de ellos. Perdona.
No tienes que esperar a que alguien se muera para perdonarlo. Es tiempo de vivir libres usando la llave del perdón. Esposas, perdonen a sus esposos esas infidelidades, ese descuido, ese pasado doloroso, esa vida de sufrimiento. Esposos, perdonen a sus esposas esos menosprecios, esos descuidos, esas ofensas. Padres, perdonen a los hijos. Hijos, perdonen a los padres. ¿Si hicieras una lista de personas que te han lastimado, qué tan extensa sería?
No te píerdas de los privilegios y beneficios del perdón. Perdona a ese pastor que te descuidó, a ese amigo que te traicionó, a esa persona que habló mal de ti. Perdona la deuda de alguien que no tiene cómo pagarte. Perdona a tu agresor, perdona a tu enemigo, perdónate a ti mismo.
No perdonar es anclarte en el pasado, reviviendo su dolor cada vez que lo recuerdas. Es como cargar un muerto, no podrás evitar que tu vida se vuelva una podredumbre. Pero el perdón ofrece libertad, transforma nuestra manera de vivir, nos brinda una perspectiva diferente de las cosas que pasaron. Finalmente, el perdon restaura relaciones. Practicándo el perdón, entenderás que Dios obra a tu favor, aún en medio del daño que otros te causan, como José después de ser vendido por sus hermanos, o David después del desprecio que sufrió, y no olvides a Job, que fue criticado por sus propios amigos.
Solamente entenderás y disfrutarás el poder vivificador del perdón hasta que lo vivas y experimentes personal y genuinamente. ¡Vamos, es tiempo de perdonar!
Cuarto consejo: haz cuentas con Dios
Isaías 1:18 es uno de mis versículos favoritos. Las cuentas con Dios se hacen en vida. Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuentas. Es decir: ven lo más pronto posible y hagamos cuentas. Estamos en deuda con Dios, no sólo por el pecado, sino, más importante aún, por causa del regalo de salvación que nos dio por medio de Cristo. Este tiempo de pandemia no puede pasar sin que nos tomemos el tiempo para hacer cuentas con Dios, y puedo asegurarte que siempre sales ganando, pero sólo si te acercas.
Dios está más interesado en darte vida eterna de lo que tú puedes estar en obtenerla. Por décadas hemos interpretado mal la Biblia, pensando que para acercarnos a Dios debemos estar santos, pero Jesucristo no vino por los enfermos, ni por los sanos, sino que vino justamente por ti y por mi, porque si algo tenemos en común es que todos hemos pecado. La buena noticia es que hay esperanza en Cristo Jesús.
Ninguna persona está facultada a hacer cuentas con Dios después de la muerte. No debemos confundir «hacer cuentas» con «recibir el juicio de Dios».
Cabe destacar que no existe tal cosa como estar a cuentas con Dios sin habernos arrepentido en verdad de todos nuestros pecados. Entender lo que Dios hizo por medio de Cristo en la cruz para darnos salvación, conscientes de que nuestros pecados nos hacen merecedores de la condenación eterna, hace que nuestro espíritu se estremezca y reciba la convición de pecado que sólo el Espíritu Santo puede dar. Un verdadero arrepentimiento nos lleva al cambio de vida que necesitamos, no al que deseamos.
El arrepentimiento genuino nos lleva a pedir perdón, a reconciliarnos, a restituir. De lo contrario, es sólo emoción y sentimentalismo.
El mensaje fundamental del evangelio no es la sanidad, y mucho menos la prosperidad, sino el arrepentimiento. Un alma arrepentida es transformada. Un alma arrepentida no puede ser arrebatada de la mano de Dios. La conversión es el primer fruto del arrepentimiento, y con ello empieza una transformación de nuestra manera de pensar y nuestra manera de vivir, la cual debe ser intensional, y cuyo instructivo es la Palabra de Dios, la Biblia.
En el segundo consejo notarás que el apostol Pablo insta a dejar dos cosas, y hablamos ya de la primera. Pero la segunda es igualmente importante. Una persona convertida es consciente de que no puede volver al mundo de pecado del que Dios lo libró. Esa transformación que experimentamos nos lleva a buscar la vida sin pecado. ¿Sobreviviremos a esto para seguir en lo mismo? Si es así, entonces no habríamos aprendido nada. Pero anhelo que no sea así, que en verdad aprendamos a soltar el pecado y a vivir una vida en congruencia con nuestro Hacedor.
Si te animas a compartir algún consejo que consideres importante en este tiempo, escríbeme. Si este artículo ha tocado tu corazón y necesitas una guía para aprender más acerca del arrepentimiento y la conversión, déjame saber, escríbeme un correo electrónico. Me gustaría saber si alguno de estos consejos han sido de ayuda para ti.
¡Que el Señor te bendiga!