Dar lo mejor no es necesariamente dar lo más caro, aquello que no tenga averías. Dar lo mejor es un asunto del corazón.
Génesis 4:3-5 dice:
Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.
En algunas ocasiones presentamos esta historia de una manera infantil, suponemos que Caín trajo frutos marchitos, pequeños, en mal estado. Pero el texto no dice eso. Debemos resaltar que Caín tuvo la iniciativa. Pero aún tener una buena iniciativa con la motivación incorrecta, es inapropiado.
Caín trajo a Dios del fruto de la tierra. No dice si era bueno o malo, no dice si era mucho o poco.
Y después Abel trajo también a Dios de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Aquí si da detalles, describe dos cosas: primero, que Abel siguió la iniciativa de su hermano, y segundo, que llevó ante Dios las ovejas más gordas que tenía entre sus primogénitos.
Dice la Escritura que Dios miró con agrado primeramente a Abel, y después a su ofrenda. Pero no miró con agrado a Caín ni a la ofrenda suya. Dios no está más interesado en las cosas que podamos dar, que en el corazón, en la motivación con que la damos.
La reacción de Caín no surgió de la nada, no fue ese momento que hizo brotar emociones desagradables en él. Ya tenía en su corazón malos pensamientos, envidias, celos. El momento de ira es un momento de presión que saca lo que tenemos dentro.
Dios conoce nuestros corazones, conoce nuestras intenciones, Él conoce nuestras motivaciones. No podemos ocultarle nada.
Más importante que la ofrenda, es el corazón del ofrendante. Debemos procurar ser vistos con agrado delante de Dios. Para quien procura agradar a Dios, la vida misma es una ofrenda continua que causa agrado, placer y contentamiento en el corazón de Dios. Como hijos suyos, debemos procurar eso, debemos hacer que nuestra motivación en todo: en cada pensamiento, cada acto, cada ofrenda, sea ser vistos con agrado a los ojos de Dios, sin rivalidades, ni competencias. No tenemos que competir por estar en primer lugar delante de Dios en comparación con otras personas, porque nuestra relación con Dios es personal, íntima, directa.
Dar a Dios lo mejor empieza con una actitud del corazón. Doy a Dios lo mejor cuando mi corazón está sano de malas intensiones, de competencias y rivalidades, de prejuicios y comparaciones. Damos a Dios lo mejor cuando nuestro propósito es agradarle. Damos a Dios lo mejor cuando nuestras relaciones con las demás personas son motivadas por la obediencia a Dios y el amor a Él y al prójimo.
Nuestras relaciones con todas las demás personas son muchas veces el reflejo de que si estamos agradando a Dios o no, porque como dice el Salmo 16:7 «Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él».
ORACIÓN
Padre, gracias por tu Palabra que nos guía en la forma correcta que debemos vivir. Permítenos, como siervos y siervas tuyos, caminar en integridad, ofreciéndote cada acto, cada pensamiento, cada motivación, con el deseo de tu aprobación, de tu visto bueno. Ayúdanos a llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo. Que seamos vistos con agrado por ti junto con nuestra ofrenda, que es nuestras propias vidas en sacrificio vivo, santo, agradable a ti. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.