Salmos 27:10
Aunque mi padre y mi madre me dejaran,
Con todo, Jehová me recogerá.
Una tormenta de la vida es un evento difícil, en el que soplan vientos de preocupaciones, suenan relámpagos de dudas y las nubes de incertidumbre oscurecen el pensamiento. Las tormentas pueden ser breves o estacionarias, pero no hay tormentas eternas. Así como una tormenta revela los puntos débiles de una infraestructura o las zonas de peligro de inundación en la ciudad, del mismo modo las tormentas de la vida nos revelan los puntos frágiles de nuestra mente y la susceptibilidad de nuestros sentimientos, pero también pone en evidencia el material del que estamos hechos.
Una tormenta de la vida nos permitirá conocer si somos íntegros, si creemos en nosotros mismos, si tenemos dominio propio y si hemos desarrollado carácter. Las dificultades y los problemas ponen a prueba nuestras capacidades y desarrollan nuestra fuerza emocional. Pero su principal importancia es que las tormentas se llevan lo que no debe quedar, lo que no sirve, lo que no pasa la prueba.
EL libro de los Proverbios declara que cuando las personas tienen muchas riquezas, son muchos los amigos que tienen, pero cuando no hay riquezas, hasta los amigos se alejan (Proverbios 19:4, 6- y 7). En una tormenta financiera se puede saber quienes son los verdaderos amigos, y también los que son responsables y honestos. Pueden existir muchas causas que provoquen una tormenta económica, sea cual sea, consideremos en esta ocasión solamente la reacción nuestra y de las personas a nuestro alrededor. Es fácil estar rodeados de gente que alague con sus palabras cuando todo nos va bien, pero amigos que alienten, corrijan y animen en medio de las dificultades son los que en verdad aman.
Las tormentas relacionales tienen un sentido similar. Obviamente debemos reconocer nuestros errores cuando herimos a alguien, cuando traicionamos, cuando fallamos. Pero sea que la falta sea nuestra o de otra persona, las tormentas en una relación de amor, de amistad, de trabajo o de negocio, sacarán a relucir lo que más nos importa, y lo que más le importa a los demás. Sabremos si daríamos hasta la vida por esa relación, o si la dejaríamos pasar como cualquier otra, sin luchar por mantenerla. Generalmente las inestabilidades terminan haciendo que pongamos las cosas en su lugar.
Una crisis de salud hará que veamos con buenos ojos la dieta y el ejercicio. Perder un empleo nos abrirá la mente para crear ideas de emprendimiento. El final de una relación amorosa nos hará descubrir y definir mejor nuestros gustos y preferencias. Un conflicto o problema de orden social hará que planifiquemos estrategias de trabajo en equipo para encontrar soluciones. ¡Oh, que fuese así desde el principio!
Generalmente desperdiciamos las oportunidades que las tormentas traen a nuestras vidas. ¿Después de cuántas crisis de salud en verdad nos esforzamos por mejorar nuestros hábitos? ¿Cuántas relaciones se rompen hasta que nos damos cuenta de nuestros propios errores y hacemos algo en verdad contundente y definitivo para mejorar? ¿Acaso nos involucramos en los problemas de la comunidad para encontrar soluciones? Parte de aprender a vivir es descubrir cómo le sacamos provecho aún a los peores momentos de nuestra vida.
El rey David escribe un verso con mucha convicción en el Salmo 27:10; dice que aún cuando su padre y su madre lo dejaran, con todo, Jehová lo recogerá. El afirma la invariable y permanente disposición de Dios de ayudar a David en cualquier circunstancia difícil que esté atravesando. Además enfatiza que sea cuan sea la causa de su caída, de su dolor, de su tormenta, Dios lo recogerá, estará ahí para socorrerlo. El rey David se pone en la condición de un niño abandonado por sus padres, a merced de cualquier peligro, sin resguardo de quienes se supone deben cuidar de él. Pero declara sin dudar que no estará sólo. Así bajara a las condiciones más humillantes, es decir, pobreza extrema, deshonra, vituperio, soledad; aunque estuviera tirado en el suelo, enfermo, sin hogar y sin abrigo, aún en esa condición, Dios lo levantará.
Uno más grande que la persona con más influencia sobre la faz de la tierra. Uno más poderoso que cualquier rey o presidente. Uno que tiene potestad sobre toda la creación. Uno que ama de verdad. Uno que es fiel, justo y misericordioso. Esos son los atributos de aquel que no abandonó al rey David en ningún momento.
El rey David sufrió el menosprecio de su familia, la traición de sus generales y de uno de sus hijos, la deshonra de una de sus hijas, el desprecio de muchos, la persecución de sus enemigos, vivió en cuevas escondido de sus perseguidores, hubo violencia y vergüenza en su propia casa, tuvo que hacerse pasar por loco para que no lo mataran. Y a pesar de sus múltiples faltas, tenía un corazón sencillo que reconocía sus maldades y se arrepentía con una humildad sorprendente, procurando ser íntegro delante de Dios. David tuvo una vida con altibajos como la de cualquier ser humano, pero no apartó su corazón de Dios, a quien procuró adorar siempre. Por eso, luego de tantas tormentas, la Biblia dice de él en 1ra Crónicas 29:28, que murió en buena vejez, lleno de días, de riquezas y de gloria.
Seguramente nadie pediría tormentas para su vida, solamente llegan. Algunas las provocamos nosotros mismos, otras parecen una mala broma del destino. Pero debemos aprender a sacarle provecho a las tormentas, no de forma inapropiada, presentándonos como víctimas para que se compadezcan de nosotros; sino aprendiendo las lecciones y viendo los resultados de todo lo que hemos vivido.
Así como las ratas son las primeras que huyen cuando un barco se hunde, las tormentas limpian el escenario de los que en realidad no nos aman. Las tormentas ponen en evidencia las mentiras, muestran la verdadera cara de todas las cosas. No desperdicies tus tormentas. No las puedes evitar, pero puedes convertirlas en un depurador natural de tus emociones, afectos y sentimientos.
La enseñanza de los dos cimientos que aparece en Mateo 7:24-27 nos muestra que las tormentas llegan a la vida de todos. No puedo ofrecerte la idea de que sólo porque creamos en Dios ya se acabaron todos nuestros problemas; eso es anti-bíblico. Todos de una forma u otra oímos la Palabra del Señor, pero no todos la recibimos y la ponemos por obra. El Señor Jesucristo enseña que el que oye la Palabra de Dios y la pone en práctica es como un hombre prudente que edifica su casa sobre la roca, de modo que cuando vengan las tormentas y el caudal de agua aumente, y el viento sople con ímpetu, y golpee contra la casa, no caerá, porque está fundada sobre la roca. Por al contrario, aquel que oye la Palabra, pero no la practica, es como un hombre insensato, que edifica su casa sobre la arena; a éste le ocurre lo mismo, pero las corrientes arrastran su casa.
Las tormentas se llevarán lo que tengan que llevarse, pero confía que Dios siempre estará contigo. Quizás te pidieron el divorcio, quizás tus amigos te traicionaron, quizás tu corazón esté de duelo por un ser muy amado, o debes mudarte con demora por el embargo del banco sin tener adónde ir, cualquiera que sea tu tormenta ahora, recuerda: Dios no te abandona. Es Él quien te sostiene para que la corriente no te arrastre, es Él quien te levanta después de la tormenta.
Enfrenta tu tormenta con valentía. Estoy segura que la Palabra de Dios puede ayudarte a enfrentar tus tormentas. Pero permanece en paz, confiando que todas las tormentas pasan, y después de ellas verás un reluciente arco iris de esperanza, una satisfacción muy profunda, reconociendo que después de todo eres más libre, eres más fuerte, eres mejor.