Salmos 91:1

El que habita al abrigo del Altísimo
Morará bajo la sombra del Omnipotente.

El Salmo 91 es uno de los más conocidos por todas partes. Empieza con la declaración de una promesa de Dios: «El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente». Tiene lógica ¿No? Si yo habito en la casa del Altísimo, hago de esta casa mi morada, y contaré con la protección divina de quien es dueño de esta casa. Pero esta casa no es un lugar físico, como la casa donde vivimos, no es un palacio, ni una cabaña, no es un edificio hecho de barro, cemento o madera. Dios es espíritu (Juan 4:24), y Su habitación, Su morada, también lo es.

Jesús confirmó la llegada del reino de Dios a la tierra por medio de Él (Mateo 12:28). Por tanto, podemos habitar en el reino de Dios que es Su casa, Su imperio, Su territorio, donde Él gobierna, donde se hace Su voluntad. El reino de Dios está conformado por dos partes: el reino de los cielos, donde está Su trono, y Su reino en la tierra, donde habitan espiritualmente todos los creyentes. Si alguna vez has sentido un ambiente diferente, una atmósfera sobrenatural que te llena de paz, que no puedes explicar, pero reconoces que estas en la presencia de Dios, ya sabrás de qué estoy hablando.

Sin embargo, muchas personas solamente visitan la presencia de Dios, logran entrar por unos instantes y se conforman con ello, como una experiencia momentánea que satisface una necesidad temporal. El asunto es que la promesa de protección divina no es para el que visita la presencia de Dios una vez a la semana, o durante el tiempo de las alabanzas en la Iglesia; es para el que habita, para el que permanece en la presencia de Dios. Y esto es posible sin ser un antisocial, encerrado en la Iglesia, sin contacto con las demás personas. Se puede vivir en la presencia de Dios permanentemente, y es entonces cuando las promesas del Salmo 91 se cumplen.

Habitar al abrigo del Altísimo es estar al amparo de Dios, es depender de Dios, es reconocer que todo lo que somos y todo lo que tenemos es por la misericordia de Dios. Consideramos que Dios es el abrigo, y esto se puede expresar de muchas formas: abrigo que protege del frío y del sol, que cubre la desnudez, que tapa los defectos. Se trata del reconocimiento pleno de que no es por nuestros méritos que tenemos el favor de Dios, sino por Su infinita misericordia. Aveces olvidamos de dónde nos sacó el Señor, y empezamos a presumir de lo que tenemos o de los privilegios alcanzados, por eso es necesario recordar que hay algo que nos cubre, que tapa todas nuestras debilidades e imperfecciones; se trata de la sangre de Cristo.

Así como en tiempos del Antiguo Testamento se sacrificaban bueyes y ovejas, cuya sangre era rociada sobre las personas para tapar el pecado de todos ellos, la sangre de Cristo fue derramada ya no sólo para tapar, sino también para limpiar de todos sus pecados a todo aquel que reciba a Jesucristo como Señor, arrepintiéndose de todos sus pecados. Entonces esa sangre nos cubre porque aceptamos ese sacrificio; por eso Dios al vernos, ya no ve nuestros pecados, sino que ve la sangre de Su Hijo; como Dios veía las marcas de sangre en los dinteles y los postes de las casas de los Israelitas en Egipto (Éxodo 12:23) y por ello no dejaba entrar ahí al ángel de la muerte.

El que habita permanentemente en la presencia de Dios cuenta con un resguardo más efectivo que una docena de guardaespaldas, una flota de patrullas, un circuito cerrado de vigilancia con alarmas y cámaras de seguridad, perros guardianes, armas o técnicas de defensa personal. Cuando una persona da alojamiento a un invitado y lo hace huésped en su casa, la norma es que la seguridad de esa persona corre por cuenta del anfitrión, del dueño de casa. Para cumplir con ello, el propietario prepara habitación para su invitado, le ofrece alimento y procura que su estadía sea cómoda, además de segura. Consideremos este ejemplo para ilustrar la forma en que Dios nos guarda y nos bendice cuando habitamos en Su presencia.

La protección divina va más allá de la seguridad a lo inmediato, de lo cercano como un abrigo; también se refiere a un muro de contención, una muralla alrededor de Sus hijos. Cuando hago de la presencia de Dios mi abrigo permanente, entonces está sobre mí la sombra del Omnipotente. Una sombra es una ilustración sencilla y fácil de entender, para mostrar que algo mucho más grande que yo está sobre mi. Así como un árbol frondoso da sombra para proteger del sol y aplacar el calor, del mismo modo la protección de Dios nos hace sombra, es decir, cubre toda nuestra vida, nuestras familias, todo alrededor.

Morar bajo la sombra del Omnipotente es estar dentro del hueco de la mano de Dios. ¿Quién podría sacarnos de ahí? ¿Qué mal nos alcanzaría?

Cuando estás usando una candela encendida para alumbrar un lugar oscuro, y sopla el viento, pones tu mano alrededor de la llama de la candela para que no se apague. Así hace Dios protegiéndote para que el viento del desánimo no apague tu luz. Cuando la gallina reconoce un peligro para sus pollitos, los llama y los mete debajo de sus alas, y los protege para que no les pase nada malo. Así hace Dios cubriéndonos con Sus manos cuando hay situaciones difíciles. Como un padre que toma el bebé en brazos para cuidarlo, así hace Dios con nosotros cuando habitamos en Su presencia.

El salmista menciona que esa sombra protectora proviene de Uno que es Omnipotente; es decir, que todo lo puede, que puede hacer todas las cosas. Contar con la protección divina es como ser amigo del juez, tener al mejor abogado, ser el hijo del dueño de una compañía. Entiéndase en todo el sentido de que no es algo que merezcamos, o que se nos deba, sino más bien pura misericordia, por cuanto recibimos el abrigo del perdón de Dios, de Su amor, y lo usamos de una forma permanente, convencida, comprometida y agradecida.

Para habitar en la presencia de Dios y tener así las promesas de protección divina del Omnipotente, es necesario vestirnos del abrigo del Altísimo, que es Su amor. A partir de hoy empezamos una serie de devocionales para meditar acerca de esto. Podremos identificar si habitamos en verdad en la presencia de Dios o sólo la visitamos de vez en cuando. Conoceremos qué es lo que debemos hacer para habitar y permanecer en la presencia de Dios, sin mudarnos ni por un instante fuera de Él.

Hoy sólo introduzco el tema y espero que te animes a entrar y permanecer de tiempo completo en la presencia de Dios. No tienes que esperar hasta morir e ir al cielo. Dios está aquí, justo frente a ti. Cuando habitas en Su presencia puedes reconocerlo en todas partes. Él nunca te deja solo o sola.

Conozcamos y analicemos juntos lo que debemos hacer para permanecer siempre en la presencia de Dios.