Mateo 7:3-4
¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?
¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?
La Biblia registra una serie de enseñanzas del Señor Jesucristo que ayudan a la buena convivencia y al crecimiento espiritual del creyente. Incluso para quienes no necesariamente se confiesen cristianos, porque estas enseñanzas en su mayoría contienen principios morales, más que religiosos. El pasaje en el que meditamos hoy dice de la siguiente manera:
«¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?»
Estas dos preguntas sientan la base que sostiene la enseñanza acerca de no juzgar a los demás. Consciente o inconscientemente los seres humanos invertimos mucho tiempo observándonos unos a otros. A partir de ello podemos imitar muchas buenas o malas actitudes, pero también da lugar a que notemos los errores de los demás. Pasar mucho tiempo observando las faltas de los demás impide que prestemos atención a las nuestras. La enseñanza del pasaje advierte lo imprudente e insensato que es notar las imperfecciones de otros y no prestar atención a las imperfecciones propias.
A los ojos de la escritura sagrada, es un acto de hipocresía pretender ayudar a otros a corregir sus faltas sin antes corregir las nuestras. Pero dejar la meditación hasta este punto nos limitaría a todos de corregirnos los unos a los otros. Sin embargo, la enseñanza no condena el hecho de corregir a una persona, sino el hecho de hacerlo con la actitud incorrecta.
Veamos el siguiente escenario: un hombre adulto en estado de ebriedad aconseja a un joven diciéndole que no siga bebiendo licor, porque si hace de esta acción un vicio, lo perderá todo. Alguien podría preguntarse con qué autoridad moral puede un borracho aconsejar a un joven para que no beba licor. Pero bien haría el joven siguiendo el consejo, aún cuando viene de un borracho.
El problema entonces no es querer ayudar a otros a corregir sus faltas, sino que cuando lo hagamos sea por la motivación incorrecta; como por ejemplo envidia o celo.
La intensión de esta enseñanza jamás es que las personas se priven de hablar a otros sobre sus faltas por el hecho de que todos seamos imperfectos, sino, trabajar arduamente en corregir nuestras faltas propias, aceptándolas con humildad y buscando sabiamente cómo corregirnos. Habiendo hecho esto podremos añadir al consejo las cosas que nosotros mismos hemos aprendido en el proceso de aprendizaje sobre cómo dejamos una mala práctica o una mala actitud. Es un llamado a la exhortación mutua a partir del genuino deseo del bien para los demás. Un corazón malo no podrá dar un buen consejo, porque aunque el consejo en sí mismo sea bueno, la actitud del consejero será la incorrecta por cuanto su corazón no desea nada bueno. Pero un corazón humilde sabrá expresar su consejo, dando a entender sobre todo el buen deseo del corazón, con las palabras más adecuadas, llenas de amor.
Decir a otros que estamos pasando por circunstancias similares al mismo tiempo no resta autoridad al consejo, al contrario, produce empatía. Pero hablar falsamente con pretensiones de haber superado ya todas las imperfecciones, provoca un tal distanciamiento que más bien hará que el consejo sea rechazado.
Hay una frase popular que dice: «de buenas intensiones está lleno el cementerio». Esta frase puede entenderse como que hay muchas personas que por sus buenas intensiones perdieron la vida, pero también expresa la idea de que los muertos nada hacen, y que las buenas intensiones no bastan, sino que hay que pasar de la intensión a la acción. Realmente no podemos conformarnos con pretender aconsejar a todo mundo, cuando ni nosotros hacemos caso del consejo que damos, es contradictorio, es ser falso, hipócrita. Un cuerpo inerte, sin vida, sin acción no puede aconsejar porque no puede hablar, no hace nada.
Además de la posibilidad de ayudar a otros a superar sus deficiencias, hay otra reacción cuando observamos sus faltas, podríamos catalogarlos como malas personas, indeseables, pecadores. Podríamos excluirlos, apartarlos de nosotros, menospreciarlos. Pero el humilde no hace acepción de personas. El humilde reconoce que incluso él pudo haber cometido la misma falta, o hasta algo peor. Por eso en Gálatas 6:1 el apóstol Pablo insta a que, cuando algún hermano comete una falta, le restauremos con espíritu de mansedumbre, considerándonos a nosotros mismos, porque también podríamos ser tentados. El espíritu de mansedumbre es la actitud de humildad que requiere hablar a otros sobre sus faltas. A nadie le gusta que lo corrijan, que vengan otros a decirle lo que hizo mal, y menos lo que debe hacer y cómo debe hacerlo. Pero cuando hacemos esto con humildad, el consejo es bien recibido, siempre y cuándo el aconsejado pueda ver claramente el verdadero propósito de restauración, amor y corrección que nos motive a aconsejarle.
De nada servirán las palabras más adecuadas que podamos decir cuando no las acompañamos con la actitud correcta.
La humildad abre la puerta del corazón. La Biblia enseña en Salmos 51:17 que Dios no desprecia un corazón contrito y humillado, donde humillado no significa rebajado vergonzosamente, sino humilde, que reconoce la grandeza de Dios, que admite sus faltas. También dice la Biblia en Santiago 4:6 que Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes.
Ser humilde no es sinónimo de ser pobre, al contrario, la humildad es una gran riqueza. Hay gente rica que es muy humilde y gente pobre que es arrogante y soberbia. La humildad no se define por forma en que vestimos, pero sí cómo tratamos a las demás personas. El humilde respeta, sabe cuando hablar y cuando callar, sabe escuchar. El humilde agradece. El humilde cuida de no ofender a nadie y no se irrita cuando es ofendido. El humilde no lucha por tener la razón, pero sí por hablar la verdad. El humilde aconsejará al oído que quiera oír y lo hará con la mejor de las intensiones.
Te animo en esta oportunidad a que trabajes en tus imperfecciones, cambiando malos hábitos por buenos hábitos, aceptando tus errores, buscando ayuda si es necesario. No menosprecies el consejo si es bueno, o al menos escúchalo y medita, podría servirte. Desarrolla en ti una actitud de humildad en la relación con las demás personas, especialmente con quienes tengas conflictos. Si quieres saber cómo actúa una persona humilde, lee los evangelios en la Biblia, y reflexiona sobre cómo actuaba el Señor Jesucristo. En Mateo 11:29 se leen estas palabras de Él: «… y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón».