Juan 21:15-17
Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. El le dijo: Apacienta mis corderos.
Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas.
Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas.
Para entrar en el contexto de la reflexión de hoy, haré un resumen de la relación que hubo entre el Señor Jesucristo y uno de sus discípulos, Simón, a quien después Él le llamó Pedro. Cuando Simón conoció al Señor Jesucristo, estaba pescando. En esa ocasión Simón no había pescado nada en toda la madrugada y parte de la mañana, pero Jesús le dio ciertas instrucciones y como resultado de ello, realizaron una pesca sorprendente, de tal manera que les era difícil sacar la red llena de peces. Cuando Simón bajó de la barca en la que pescaba, Jesús lo invitó a seguirle y convertirse en pescador de hombres, es decir, en pescador de almas.
Simón pasó desde entonces, todo el tiempo al lado de su maestro. Escuchó todas Sus enseñanzas, vio todos los milagros que hizo, le acompañó a todas las ciudades a las que fue. Sin duda, habría aprendido muchas cosas, cosas que los otros, los que no eran Sus discípulos, desconocían. Simón, junto con otros hombres, tuvo el maravilloso privilegio de compartir con el Señor Jesucristo más que tiempo juntos; alimento, experiencias, desafíos. Estaban siempre juntos y se servían unos a otros, puesto que el Señor mismo les enseñó que el que quisiera ser mayor debía ser el que sirve, y si Él siendo Señor, les servía, así debían tratarse unos a otros.
Pero Simón tuvo experiencias que otros no tuvieron; él fue el único de los discípulos que caminó sobre las aguas al llamado de Jesús; a él le fue revelado por el Espíritu Santo la identidad divina de Cristo; él fue el primero de todos sus discípulos en prometer que estaría con Jesús incluso hasta la muerte, luego todos dijeron lo mismo. Sin duda este hombre era un líder, tenía el temple, el coraje, la actitud de un líder, pero aún le faltaba moldear su carácter.
A pesar de la promesa de no abandonar a su maestro, Simón dejó sólo al Señor en el monte Calvario para luego seguirle de largo. Y no bastando con ello, le negó tres veces. La Biblia relata este hecho y además añade que Pedro lloró amargamente, luego de haber negado al Señor.
Sorprendentemente, luego de la muerte y resurrección del Señor Jesucristo, a Pedro parece habérsele olvidado que había sido llamado para ser pescador de hombres. Con todo y las muchas manifestaciones del Señor Jesucristo ya resucitado, al parecer desanimado, desorientado, Pedro le dice a los demás que estaban con él que iría a pescar, y todos ellos le siguieron. Estando en el afán, y sin haber conseguido nada, luego de una larga jornada, alguien desde la orilla de la playa les da instrucciones. Como un dejavú de la vida, ocurre lo mismo que aquel día en que conoció a su maestro. Otra vez la red llena de peces. Pedro no necesita preguntar quien es el que daba instrucciones desde la orilla, lo sabe y baja presuroso para verle.
Inesperadamente, el maestro estaba ahí, esperándolo, y empieza una conversación peculiar; es la que corresponde a los versos de la reflexión de hoy. Jesús le preguntó a Simón tres veces si lo amaba, y las tres veces Simón le respondió que sí. Pero Jesús le ratificó esas mismas tres veces; si me amas, apacienta mis ovejas. Simón estaba triste de que el Señor Jesús le hiciera tres veces la misma pregunta. La intención del maestro no era fastidiar a Pedro. Está comprobado que la repetición de instrucciones o palabras hace que se queden grabadas en nuestra memoria. El Señor Jesús estaba asegurando que Pedro no olvidaría esta conversación, porque habría sido la conversación más importante que tendría con él.
Me sorprende que el Señor Jesucristo no le reclamó el abandono, ni la negación, ni el haberse ido a pescar otra vez, habiendo sido llamado a pescar hombres. Tampoco Pedro se acercó humillado, pidiendo perdón de rodillas por haber actuado tan cobardemente. Lo que aprendo de este hecho es que al Señor Jesucristo lo que realmente le importa es que le amemos. Y la única demostración que cuenta para Él es que cumplamos con el llamado que nos hizo cuando nos encontramos con Él.
En el mundo entero hay una gran cantidad de creyentes que en el transcurrir de sus vidas enfrentaron desánimos, decepciones, desilusiones, enfados, debilidades, insatisfacciones; y producto de ello hoy viven sin compromiso en su relación con Dios. Afirman creer en Dios, recuerdan haber trabajado activamente en alguna congregación o grupo, pero hoy por hoy es sólo un recuerdo. Se excusan de los errores propios o de otros para permanecer en ese estado. Pero si consideramos el pasaje de hoy, nos damos cuenta que lo más importante no son las excusas que tengamos, ni las heridas, ni la tristeza, ni los desánimos, sino, y por encima de todo ello, que hagamos la voluntad de Dios, que hagamos aquello que se supone debemos hacer, que cumplamos con el llamado de Dios para nuestras vidas.
Hay muchos Simones por ahí, navegando en barcas, buscando peces, cuando en realidad deberían estar ganado almas para Cristo. Existen muchos resentidos y frustrados que detienen la obra que Dios espera se haga.
A Dios no le importa tanto que le llores con grandes lágrimas lamentándote de todos los errores que cometiste. Su Gracia es tal que conociendo el arrepentimiento de tu corazón, te reviste de autoridad, y te devuelve el ministerio que dejaste votado. Él sabe que con esta nueva oportunidad tomarás fuerzas, y hablarás de Su amor, de Su poder, de Su gracia, la gracia que usó contigo y que quiere usar con otros también. Por ende, valorando esa gracia, podrás vivir más acorde a Su voluntad.
La historia no se trata de Pedro buscando a Jesús para decirle que le ama, sino de Jesús buscando a Pedro para preguntarle si lo ama. Así mismo se acerca hoy el Señor Jesucristo a ti, para preguntarte por tu nombre: ¿me amas? Y si tu respuesta es «sí», Él te dirá: «apacienta mis corderos». El llamado de Simón era ser pescador de hombres, por eso Jesús le dijo apacienta mis ovejas. Simón pasó de ser el pescador a ser Pedro, el Pastor del rebaño del Señor. Si tu llamado es la alabanza, Jesús te dirá: «canta en mi casa», «entona las alabanzas que glorifican mi nombre en la belleza de la santidad». Si tu llamado es ser evangelista, te dirá: «predica mi palabra», «háblale a los inconversos para que se conviertan». Si tu llamado es a ser maestro, te dirá: «enseña a mis hijos». Si eres un apóstol sabrás que debes levantar nuevas obras, nuevas iglesias, preparando líderes que sepan administrarlas conforme a la voluntad de Dios. Si tienes dones, reconoce que el Señor quiere que los uses, no que los guardes.
Podemos decir muchas palabras bonitas acerca de Dios, podríamos repetir todos los días que amamos a Dios, pero lo que Él espera es que cumplamos con lo que Él nos ha encomendado, que vivamos conforme al llamado que nos hizo.
Te animo a servir al Señor de la forma en que Él te ha llamado. No hay llamado más importante que otro, y todo llamado del Señor es indiscutiblemente para ensanchar Su reino. Hay algo que puedes hacer para ser parte de esto. Puedes hablar a otros acerca de Jesús, de Su amor y lo que hizo por nosotros, puedes entonar alabanzas para Él, puedes hacer buenas obras, puedes orar por otros, puedes enseñar a otros, puedes liderar a un grupo para que sean servidores del Señor. Puedes crear una página web que hable de cómo Dios nos ama, puedes hacer volantes y tratados, puedes compartir el mensaje de salvación por medio de las redes sociales. Puedes acercarte a tus amigos y a tus familiares para invitarles a conocer a Jesús. Él es tan real y tan presente, y tan fiel, que dijo que entre tanto que nosotros anunciamos Su evangelio, Él estaría con nosotros (Mateo 28:19-20).
El Señor Jesucristo lo único que quiere saber es que si le amamos, y podemos decirle que sí, más que con palabras, con nuestras acciones; viviendo conforme a Su voluntad. Que este año desarrollemos y pongamos por obra cada uno de los ministerios que Dios nos ha dado. ¡Bendiciones!