Salmos 15:1-2

Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo?
¿Quién morará en tu monte santo?
El que anda en integridad y hace justicia,
Y habla verdad en su corazón.

El rey David en el Salmo 15 hace una pregunta clave para el tema que estamos meditando ahora. Es una pregunta dirigida hacia Dios, inquiriendo acerca de los requisitos que debe cumplir una persona para habitar en los lugares santos. En el Antiguo Testamento hay tres lugares santos, dedicados a la adoración a Dios, donde Él se manifestaba con Su presencia: el monte Horeb o Sinaí, donde se presentó a Moisés como zarza en llamas y desde donde le dictó las leyes y ordenanzas para el pueblo de Israel; el tabernáculo cuya arquitectura Dios mismo especificó y que fue montado y desmontado a lo largo de todo el recorrido del pueblo de Israel en el desierto hasta llegar a la tierra prometida; y el Templo de Jerusalem. Estos lugares representan la solemnidad de Dios, lo alto y sublime que es estar en Su presencia, lo dedicada y consagrada que debe ser una persona para habitar en la presencia de Dios.

Al momento en que David escribe este Salmo, su hijo Salomón no había construido el Templo, por lo que los únicos dos lugares consagrados a la viva presencia de Dios hasta entonces eran el monte Horeb y el tabernáculo de reunión. Inspirado por Dios, David enumera una serie de requisitos para ser dignos de entrar y permanecer en la presencia de Dios. Hoy consideraremos el versículo 2: «El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón». Este versículo presenta tres requisitos indispensables para habitar en la presencia de Dios, ninguno de ellos sustituye al otro, puesto que todos estos y los que siguen, son igualmente importante. En ninguna parte dirá que si se cumple uno de ellos ya es suficiente; al contrario, se hará notoria la indispensable combinación de todos estos requisitos en la vida de un individuo que habita siempre con Dios, que permanece, y no que visita.

El que anda en integridad

La integridad es la calidad de una persona que es verdadera, honesta, completa. La persona íntegra no es hipócrita y mantiene siempre sus principios sean cuales sean las circunstancias. La integridad no comulga con la falsedad ni con la mentira, así que se requiere de una persona íntegra que siempre diga la verdad, que no finja ser o pensar una cosa, y al dar la espalda actuar opuestamente. Los íntegros reúnen muchos otros requisitos como el respeto, la credibilidad, la honestidad, el compromiso, la puntualidad, la responsabilidad. Una persona íntegra actúa conforme a sus principios y valores, los cuales son convencionalmente aceptados en la sociedad.

Como la integridad es un concepto demasiado amplio, podríamos resumir que ser íntegro es ser perfecto; y eso nos saca a todos de la jugada. Pero el salmo dice: «el que anda en integridad». Andar en integridad es caminar en la vida con una actitud lo más íntegra posible; no decir mentira, ser honestos, ser fieles, ser prudentes, evitar la hipocresía. Todas estas cosas y cualquier otra que nos acerque a una vida íntegra son las que debemos practicar día con día. Permanecer en Dios es practicar todos los días aquellas cualidades que hacen de nosotros personas íntegras. No podremos habitar en la presencia de Dios si hablar de integridad en nuestras vidas es asunto del pasado: yo era honesto, yo fui respetuoso, yo antes no era hipócrita. Todas estas acciones deben ser el presente de todo creyente: yo soy honesta, yo soy respetuoso, yo no soy hipócrita, etc.

Dado que íntegro también significa completo, nada queda fuera en cuanto a la plena consciencia de la presencia de Dios. El cristiano íntegro mantiene una actitud adecuada en todas las áreas de su vida. No se trata sólo de congregarnos en una Iglesia donde la gente ahí nos tenga por santos porque nos ven educados y respetuosos. De nada serviría la opinión de la gente, o ser verdaderamente buenos con los otros creyentes, cuando en casa lastimamos a la familia, las finanzas son un desorden, somos infieles, hacemos cosas indebidas, tenemos malos pensamientos, etc.. Ser íntegros implica dar evidencias de una buena conducta siempre, y en todas partes; no sólo por el testimonio que otros puedan dar de nosotros, sino más importante aún, porque Dios, estando en todas partes, sabe todo de nosotros y no le podemos engañar aparentando ser íntegros en una área de nuestras vidas, pero totalmente negligentes y reprobados en otras áreas.

La integridad llevará al casado a cuidar de su matrimonio, al que trabaja a hacerlo con responsabilidad y compromiso, al estudiante a estudiar esforzadamente, al amigo a demostrar su amistad, y así en cada área de nuestras vidas. Dios trabaja integralmente en nuestras vidas, no deja nada a medias. Imagínese que el constructor le deje su casa a medio construir, tiene el baño y la sala, pero el cuarto y la cocina son un desastre. Creer que habitamos en la presencia de Dios cuando hay alguna área descuidada donde no somos íntegros es ignorar el principio de la integridad como primer requisito para habitar en la presencia de Dios.

El que hace justicia

La idea de hacer justicia fácilmente la asociamos al trabajo de un juez que delibera sobre todo asunto que llega a sus manos, analizando cada caso y tomando una decisión, de conformidad al derecho, y por el bien de todas las partes involucradas. Pero hacer justicia debe ser parte del carácter de un creyente comprometido.

Hacer justicia es ser justo. Con facilidad podemos identificar actos de injusticia a nuestro alrededor; el mismo concepto que nos lleva a considerar que algo es injusto, nos puede acercar a lo que es realmente justo. Si en un equipo todos trabajan con el mismo nivel de esfuerzo, lo justo es reconocer a todos con la recompensa en partes iguales. Darle más a unos cuantos cuando todos se esforzaron igual sería injusto. Juzgar y condenar a una familia si uno de sus miembros actuó irresponsablemente sería injusto. Dejarse llevar por las apariencias es injusto, en realidad mucho de lo que vemos es falso. Mientras más reflexionamos, más nos damos cuenta que por todas partes hay injusticia.

Lamentablemente hay una gran cantidad de cristianos que prefieren no tomar partido en esto de la justicia. Prefieren ser testigos silenciosos de todas las arbitrariedades y abusos de poder, condenando en su interior todas estas actitudes, pero sin hacer absolutamente nada para cambiar el sistema. Es más cómodo quedarse callado que denunciar una injusticia. El asunto es que en este caso el quedarnos callados, o ser parte de los imparciales, de los neutrales, más bien le da poder a la injusticia, y eso nos hace injustos.

Hacer justicia es una forma de vida; cuando amamos a nuestros semejantes, cuando pagamos lo que debemos, cuando reconocemos nuestras faltas y cuando defendemos la causa de los más débiles, estamos haciendo justicia. Aceptar el soborno, dar «mordidas» para evitar multas, pedir que otro nos marque la entrada para que nos paguen más horas trabajadas, quedarse con el vuelto de otros, aceptar los méritos que le corresponden a otros, todos estos son actos de injusticia. Cuando la injusticia es tolerada en su más mínima expresión, tolerar los actos de injusticia descarados y escandalosos no será un problema. Esto es lo que vivimos en nuestra sociedad actual.

La gente considera normal que las autoridades en todos los niveles sean corruptas. Esto ocurre porque de alguna forma la sociedad en general acepta la corrupción como estilo de vida. Tener un conocido dentro de una institución se vuelve un puente de enlace para recibir algún beneficio que a otros por lo general les lleva más tiempo y deben cumplir muchos requisitos. De una u otra manera nos vemos enfrentados a circunstancias que pondrán a prueba nuestra justicia; debemos prepararnos para pasar cada prueba viviendo en justicia, actuando siempre con justicia. Para conocer más acerca de cómo ser justo te invito a leer los evangelios y analizar todas las enseñanzas de Jesucristo, el mayor ejemplo de justicia en toda la historia de la raza humana. Los Proverbios también pueden ayudarte a entender y practicar la justicia.

El que habla verdad en su corazón

La verdad no puede quedar fuera de los requisitos para habitar en la presencia de Dios. La verdad y la mentira nacen en el corazón del ser humano. Todo lo que decimos es lo que hay en el corazón. El rey David enumera esta acción en la lista de requisitos para habitar en la presencia de Dios porque entiende que no hay nada más fuerte que la verdad. La verdad no cambia, la verdad no se acaba. La mentira sí cambia y sí se acaba. El fin de la mentira es la verdad, pero la verdad no tiene fin.

Hay quienes viven de falsedades, alimentan sus mentes con las mentiras que enseña la corriente de este mundo, las filosofías de moda o las ideologías adoptadas. Quienes se engañan a sí mismos no pueden habitar en la presencia de Dios. Generalmente los que se encierran en su propia opinión se engañan solos. Los que dicen amar a Dios, pero odian a sus hermanos se están engañando. Una cosa es pretender engañar a otros, pero el colmo es querer engañarnos a nosotros mismos.

El salmista habla de las personas que hablan verdad para sí mismas, que no se engañan a sí mismas, que no se auto-justifican. Obviamente como resultado de hablarnos verdad a nosotros mismos, hablamos verdad para con los demás. Como hijos de Dios, y como personas cabales e íntegras, debemos reconocer cuando nos equivocamos, y aprender a enmendar nuestros errores y a pedir perdón. Hasta aquí no se nos pide que nunca nos equivoquemos, pero se nos demanda que hablemos con la verdad siempre, aún cuando nos equivocamos.

Para conocer si estamos hablando verdad en nuestro corazón debemos analizar lo que estamos pensando. Muchos pensamientos basura ocultaran la verdad, así que regularmente debemos hacer una limpieza de los pensamientos que tenemos. Sólo entonces podremos ver claramente la verdad, y como resultado de ello, actuar conforme a esa verdad, lo cual implica una evidencia pública, a los ojos de los demás, de que actuamos conforme a nuestros principios y valores.

La verdad dentro de nosotros hará que podamos ejercer todos los requisitos indispensables para que habite la presencia de Dios en nosotros. La verdad nos hace íntegros, si soy íntegro soy justo, la justicia sólo se conoce por medio de la verdad. Para ser justo con los demás debo ser verdadero conmigo mismo. Se puede ser íntegro basados en una mentira, lo cuál causaría una injusticia. La combinación correcta de estos tres requisitos analizados hoy nos convierte en personas destacadas, esforzadas, comprometidas, responsables.

Es difícil imaginar que la presencia de Dios esté con una persona indiferente a las necesidades de otros, mentirosa e hipócrita.

Dios demanda de nosotros una vida completamente transformada. Del mundo tomamos un molde torcido de injusticia y falsedad, pero al conocer la voluntad de Dios podemos reconocer la necesidad de cambiar ese molde, ese esquema, por el modelo de Cristo (Efesios 4:22-24). Examina si estos tres requisitos ya se cumplen en tu vida. Si crees que no es así aún, toma una decisión. Dios no espera que tú cambies de un momento a otro toda una vida de venir haciendo las cosas mal; pero espera que tu decisión de cambio sea comprometida y te ayudará a que lo logres.

Tienes mucho que meditar las siguiente 24 horas antes de conocer los siguientes requisitos. Aprovecha bien el tiempo y haz los cambios que sean necesarios. La recompensa lo vale: habitar en la presencia de Dios para siempre.