Salmos 15:3
El que no calumnia con su lengua,
Ni hace mal a su prójimo,
Ni admite reproche alguno contra su vecino.
Continuamos hoy meditando en los requisitos para habitar en la presencia de Dios. Consideremos lo que sigue en el versículo 3 del Salmo 15; enumera otros tres requisitos más, igualmente importantes que los primeros tres del versículo 2. Analicemos un poco cada uno de ellos.
El que no calumnia con su lengua
Calumniar es decir una mentira acerca de otra persona, es atribuir a alguien palabras o acciones que no le corresponden y que dañan su testimonio. Una calumnia tiene como fin el desprestigio de la persona a quien se le atribuye una falta, un delito, un pecado, que en realidad no cometió. Para permanecer en la presencia de Dios debemos evitar decir mentiras o acusar a otras personas, mucho menos si nos basamos en una falsedad.
Generalmente las personas hacen comentario de la conducta de otros o de eventos que pasan, y a partir de esos comentarios muchas veces surgen malos entendidos. Es necesario que como personas interesadas en mantenernos siempre en la presencia de Dios, evitemos conversar con las personas que se deleitan hablando mal de otros, inventando cosas, esparciendo chismes. Nada bueno se puede sacar de un chisme. Ni nosotros debemos hablar mal de otros, ni debemos conversar con otros que lo hacen. Podemos invertir mucho mejor nuestras conversaciones: aconsejando, dando ánimos, restaurando.
Levantar una acusación sin fundamento en contra de alguien tiene como consecuencia desconectarnos de la presencia de Dios. La Biblia enseña que todo aquel que diga que ama a Dios, pero aborrece a su hermano, es un mentiroso, realmente no ama a Dios (1 Juan 4:20). Voluntariamente debemos dejar de hablar mal de otros, especialmente de acusarles de cosas que aunque fueran ciertas no nos compete a nosotros juzgar. La conducta que se espera de todo cristiano ante una falta cometida por un hermano no es criticarle, sino restaurarlo.
Una persona que miente deliberadamente es en realidad mala, perversa. La mentira debe ser erradicada por completo de todo creyente. No hay admisión de mentira alguna, ni grande ni pequeña. El que practica la mentira en realidad no se ha convertido a Cristo, sigue en sus delitos y pecados, por más obras buenas que haga, todas quedan destruidas a causa de sus mentiras. Por eso, como nuevas criaturas que somos en Cristo, debemos hablar siempre con la verdad, y no practicar las murmuraciones y chismes acerca de nadie. Si en verdad anhelamos permanecer en la presencia de Dios, debemos esforzarnos por no hablar mal de nadie, y mucho menos si es una mentira o una falsa acusación.
El que no hace mal a su prójimo
Quizás se pase por la mente la idea de que esto está de más mencionarlo. Obviamente Dios no estará con una persona que hace mal a su prójimo. Pero David lo menciona en el Salmo y creo que lo hace para enfatizar la necesidad de tener buenas relaciones con las personas más cercanas a nosotros, las que habitan a nuestro alrededor, las que nos rodean. Cuando Dios habita en nosotros y nosotros en Él, el cambio en nosotros es sobrenatural. No podemos seguir siendo las mismas personas.
Si antes ofendíamos, tratábamos mal a otros, menospreciábamos a los demás, los humillábamos, estas malas acciones deben dejarse en absoluto al venir a los pies de Cristo. Ninguna acción planificada para hacer daño debe ser practicada por quienes hayan decidido hacer la voluntad del Padre, y anhelen habitar en Su presencia. Hacer mal al prójimo es desobedecer a Dios en Sus mandamientos. Dios no se contradice, Él no estará con los desobedientes.
Es necesario reconocer que no basta solamente con no hacer mal al prójimo; dentro de este verso también queda implícito que debemos hacer el bien a los demás. Si se tratara solo de la inactividad o el retraimiento a una condición de aislamiento donde al no tener contacto con nadie, en teoría no les hacemos mal, perderíamos de vista que la falta de hacer bien es el mayor mal. Hay muchas personas buenas en el mundo que no están haciendo buenas obras, y por eso el mundo está como está; no por causa de los que hacen el mal, sino de los «buenos» que no hacen el bien.
Entonces se vuelve necesario asumir un compromiso de buenas relaciones con todas las personas a nuestro alrededor, evitando completamente cualquier acción o palabra que intencionalmente pretenda dañar a otros, y reforzando esa intensión con las acciones y palabras que procuran el bien de ellos. Dios nos diseñó de un modo en que la relación con las demás personas es sencillamente inevitable, y nos dio la capacidad de convivir unos con otos; somos seres sociables. En la relación con otros se perfeccionan todos los dones y talentos que Dios puso en nosotros.
Si tu trato con personas a tu alrededor está marcado por el respeto, la confianza, la ayuda mutua y el amor, entonces estás cumpliendo este requisito. Si la gente te evita, te considera una persona tóxica porque tu trato es áspero y muy grosero, está muy difícil que se pueda decir de ti que permaneces en la presencia de Dios. Lo bueno es que sólo el hecho de meditarlo hoy te llevará a hacer los ajustes necesarios para cumplir con este requisito.
El que no admite reproche alguno contra su vecino
Las personas más cercanas a nosotros saben tanto de nosotros que nos podría sorprender. Nuestros vecinos son quienes nos ven cómo salimos, cómo llegamos, cómo andamos, lo que hacemos. Nuestros vecinos pueden dar testimonio de nosotros acerca de nuestra conducta mejor que cualquier conocido, amigo o pariente, porque ellos no sólo nos ven, sino que se hacen una idea de nosotros en base a nuestras acciones. Ellos pueden tener algún problema con nosotros, pero nosotros debemos evitar tener problemas con ellos, es decir, puede que ellos quieran llevarse mal con nosotros, pero nosotros debemos procurar llevarnos bien con todo mundo. Además, así como nuestros vecinos nos ven, nosotros los vemos a ellos, y sabemos cómo son en base a las cosas que vemos que ellos hacen.
Una persona que procura mantener la presencia de Dios en su vida no invierte tiempo atendiendo a personas que le llegan hablando mal de sus vecinos. Eso es entremeterse en chismes, y generalmente las personas que llegan a las casas a hablar mal de otros, siempre lo hacen con mala intensión. Uno debe evitar esas conversaciones y a esas personas, para mantener buenas relaciones con quienes están a su alrededor. No puede ser un entretenimiento de ningún creyente el conversar acerca de las cosas malas, vergonzosas, humillantes o escandalosas de sus vecinos o de las personas a su alrededor.
Una clase de vecinos son también los compañeros de trabajo, los amigos que se visitan muy seguido, y los hermanos de la Iglesia. Tan inapropiado es para un cristiano hablar mal de otros, como lo es atender a aquellos que lo hacen.
Hasta este punto quizás hayas notado que el primer versículo habla de cómo una persona debe ser en sí misma; pero este otro versículo habla de cómo debe ser en su trato con los demás en cuanto a la verdad y a la justicia. Esta es una buena oportunidad para reconocer si nuestra relación con la familia, los amigos y las personas a nuestro alrededor es lo suficientemente buena, al menos de nuestra parte, como para que seamos hallados dignos de que Dios cumpla Sus promesas de protección y compañía divina y permanente en nosotros.
Que no te asuste la idea de que es imposible cumplir con estos requisitos, ninguno de ellos está lejos de tu alcance. Si hay perdón, si hay amor y si hay voluntad, lograras cumplir con cada uno de estos requisitos y disfrutar así de la permanente presencia de Dios en tu vida.
Continuemos mañana meditando y analizando este Salmo. Descubrirás que puedes ser cada vez mejor, cada vez más conforme al modelo de Cristo, cada vez más cerca de la perfecta voluntad de Dios.