Salmos 15:4

Aquel a cuyos ojos el vil es menospreciado,
Pero honra a los que temen a Jehová.
El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia;

La presencia de Dios en nuestras vidas de forma permanente se logra cuando preparamos todas las condiciones que nos permitan semejante privilegio. Esto es más que la consciencia de que Dios está en todas partes; esto es enteramente cierto, pero una cosa es que Dios esté en todas partes, y otra muy distinta es que habitemos en Su presencia. Dios es el único que tiene la facultad de ser omnipresente, es decir, presente en todas partes. Cuando hablamos de Su presencia en nuestras vidas no es refiriéndonos a este atributo exclusivo de Dios, sino al hecho de tener comunión con Él; como nuestro Padre, como nuestro amigo, como nuestro protector.

En los días anteriores abordamos algunos aspectos de índole personal en el carácter de una persona que anhela habitar en la presencia de Dios, y también sobre las cosas que debe evitar esta persona en su trato con las personas a su alrededor. Pero hoy, meditando en el versículo 4 del Salmo 15, consideraremos que hay acciones que debemos hacer evidentes; ya no sólo en nuestro ser muy íntimo, ni en la cosas que debemos evitar, sino en aquellas que debemos hacer y que deben ser notorias a los demás.

Aquel a cuyos ojos el vil es menospreciado

Así empieza el versículo 4 en su primera parte, refiriéndose a las personas que consideran en menos estima a los que son viles. Si queremos habitar en la presencia de Dios no podemos ver con agrado aquello que Dios desprecia, y en la lista de lo que desagrada a Dios está la vileza. Ser vil es ser perverso, malo, de malas intenciones, malas acciones y malos pensamientos. Como hijos de Dios no podemos aplaudir las acciones perversas de hombres viles, al contrario, debemos mostrar nuestro rechazo hacia tales acciones.

El versículo en ningún momento pretende ponernos en el lugar de un juez, ni en hacer acepción de personas. Más bien consiste en administrar adecuadamente la estima que invertimos en las personas: si los malos son menos apreciados, de alguna forma implica que los buenos tienen, o deben tener una mayor estima. Los cristianos no podemos justificar la maldad, ni solapar el pecado. Estas afirmaciones no pretenden incitar a tomar la justicia por nuestra cuenta, atacando, condenando y agrediendo a quienes practican cosas malas. El rechazo debe ser a las acciones y no a la persona, a quien en verdad estamos llamados a amonestarle, corregirla hasta donde sea posible, hablarle de la oportunidad que tiene de arrepentirse para encontrar el perdón a todas sus maldades.

Sin embargo, aunque no es asunto de condenar, ciertamente es inadecuado para las personas que procurar permanecer en la presencia de Dios, mantener al mismo tiempo comunión con personas viles. Cómo lo dice 2da Corintios 6:14, no hay comunión entre la luz y las tinieblas. Aunque nuestro trato con todas las personas debe reflejar el amor al prójimo; un mandamiento innegable y sin reglas especiales; no es conveniente a un cristiano tener lazos de íntima comunión con personas cuyas acciones son desagradables a los ojos de Dios. Cuando uno procura la comunión con Dios, hace suyos los deseos de Dios, y también puede ver como Dios ve, por eso no puede pasar por alto las arbitrariedades y acciones reprobadas de quienes las practican deliberadamente, usando la libertad que tienen como libertinaje y oportunidad para hacer lo malo.

Quizás suene extremista para algunos, pero ignorar la maldad de alguien sólo por interés o por amistad, es como aceptar un espía del bando enemigo dentro de la casa, es traición. El rey David no podía poner su confianza en personas idólatras, en profanos y mentirosos, en gente perversa que no tuviera ninguna estima por las demás personas, que fueran soberbios, altivos y prepotentes. Los amigos del rey eran leales, fieles, compartían la misma fe. David estimó a los valientes, a los sagaces, a los esforzados, a aquellos que eran capaz de dar más de lo que se les pedía por alcanzar un objetivo. Pero no toleraba a los vengativos, a los aprovechados, a los traidores.

Es muy sano que administremos bien nuestras relaciones de amistad y otras muy cercanas, evitando que regalías e intereses personales nos hagan ignorar o menospreciar este requisito para habitar en la presencia de Dios. Debes amar a todos, pero no puedes aceptar la vileza como algo normal, natural, admisible.

Aquel que honra a los que temen a Jehová

Como contraste al requisito anterior, éste viene a dar la pauta sobre quiénes deben ser las personas a quienes debemos tener en alta estima: aquellos que temen a Dios. El temor a Dios no es miedo, como algunos interpretan erróneamente. Ciertamente Dios es justo y dará a cada uno según sus obras, y si las obras de alguno son malas, tendrá razón de temer, pero no de Dios, sino de la recompensa que le espera por sus malas obras. Pero el temor de Dios se puede definir como amor reverente. Un ejemplo que ilustra el temor a Dios es el temor a los padres; no les tememos porque sean malos y castigadores, pero reconocemos que son personas que merecen respeto, y que cuando dan una orden se les debe obedecer; se les obedece por respeto, por amor, por ganarnos su cariño, porque debe ser así. Si los padres forjan la relación con los hijos basados en el miedo al castigo y a las fuertes reprimendas, no están haciendo un buen trabajo, están creando la idea equivocada de temor y respeto.

Cuando una persona honra a Dios, puede reconocer a otros que también lo hacen. Simplemente se nota. Si no se nota, probablemente no esté ocurriendo. No se trata de crear una especie de club donde sólo las personas que asistan a la misma Iglesia se aprecien entre sí. De hecho, muchas de las personas que asisten a una Iglesia no honran a Dios, ni con sus acciones, ni con sus palabras, ni con sus pensamientos. No importa cuantas cosas buenas haga una persona, si no hay temor a Dios en esa persona, no es digna de honra. Pero los que temen a Dios lo demuestran en todas sus acciones, palabras y pensamientos; ellos son dignos de honra.

¿Cómo se honra a los hijos de Dios? Con respeto, con obediencia, con estima, ayudándolos, escuchándolos, acompañándolos, asociándonos con ellos. Se les honra hablando bien de ellos, poniéndolos como buenos ejemplos a seguir. Se les honra con sujeción. La Biblia dice que debemos sujetarnos los unos a los otros en el temor de Dios (Efesios 5:21).

El amor debe ser hacia todos, pero la honra es para los que temen a Dios. El rechazo a las malas acciones y la honra a los que temen a Dios, ambas son acciones que debemos practicar para habitar en la presencia de Dios.

Aquel que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia

En nuestra relación con las personas, muchas veces las palabras que decimos nos comprometen, de una u otra forma. El que anhela habitar en la presencia de Dios no cede a la debilidad de negar la verdad, de decir mentiras para evitar problemas, de rehusar las palabras que dijo o las acciones que cometió. El salmista hace referencia en esta parte del versículo a la invariabilidad de una persona, aún cuando eso implique recibir algún perjuicio.

Por ejemplo, conocer de una injusticia siendo testigo de cómo fueron las cosas, en una persona íntegra y temerosa de Dios hará que reaccione en favor de la justicia; aún cuando esta reacción lo lleve a ser criticado, señalado, inculpado o agredido. Si ves que están culpando a alguien, y sabes que esa persona es inocente, no deberás quedarte en silencio, porque entonces serás parte de una injusticia.

En algunos lugares los cristianos son vistos con malos ojos, y algunos niegan su fe, fallando a este requisito. Pero si por la fe que uno profesa va a ser despedido, es mejor ser despedido que negar la fe. Trabajo hay en otros lugares, pero Dios verdadero sólo uno hay.

Este versículo además se refiere a cumplir la palabra, a mantenerla, a hablar siempre la verdad. Las personas que habitan en la presencia de Dios no son las que buscan siempre las salidas fáciles, sino las salidas correctas. Además reconocen sus faltas, no ignorando sus propios errores, sino admitiéndolos en honor a la verdad, y recibiendo la amonestación o el consejo que venga en pos de una falta, a fin de ser corregido. Los creyentes que anhelan permanecer en la presencia de Dios no sólo buscan la verdad, sino que la defienden y la comparten, aunque tengan que pagar un alto precio por ella (Proverbios 23:23).

Muchas personas al comenzar sus vidas en el evangelio, son presionadas por sus familiares, amigos y vecinos, quienes los ridiculizan, menosprecian y hasta atacan, para que se retracte de su decisión. Los jóvenes que dejan las amistades que los invitan a lugares y acciones inmorales, suelen ser objeto de burla por quienes en otro tiempo eran sus compañeros, pero que ahora que ya no practican esas cosas, vienen a ser despreciados. Soportar esa presión a pesar del dolor y el sufrimiento, la vergüenza o la soledad que eso represente es parte de cumplir este requisito.

De alguna manera Dios está trabajando en nuestras vidas, no nos deja solos, aún cuando los «nuestros» nos abandonen por pensar diferente, si nuestro objetivo es vivir conforme a la voluntad de Dios, Él hará los cambios necesarios, sacando gente de nuestras vidas y poniendo a las personas adecuadas. No todas las personas son quitadas, muchas quedan para que podamos demostrar que estamos verdaderamente determinados a vivir conforme a la voluntad de Dios, muy a pesar de lo que eso pueda desagradar a quienes antes eran nuestros amigos, o incluso, a nuestra propia familia.

Cuando mi hermano menor aceptó a Cristo como su Salvador personal, y empezó a congregarse en una Iglesia, yo le decía muchas cosas desagradables, pensaba que había sido un exagerado, que no era razonable su cambio de fe, porque Dios está en todas partes. Pero su perseverancia me llevó a descubrir que aunque Dios está en todas partes, sólo lo hayan los que lo buscan. Y su forma de buscarlo fue a través de un cambio de hábitos, de prácticas, de fe. Yo podía reconocer entonces los cambios de mi hermano, y fue entonces cuando decidí buscar a Dios yo también.

La presencia de Dios está al alcance de todos, siempre y cuando valoremos y reconozcamos su importancia, y hagamos un esfuerzo genuinos por ser hallados dignos de este hermoso privilegio.