Hebreos 4:15-16

Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

La Biblia enseña que Jesús es el mediador de un nuevo pacto. Dios escogió a la descendencia de Abraham para que fuese Su pueblo, y les dio Sus mandamientos como leyes que debían obedecer. Debido a la desobediencia y a los pecados de aquel pueblo, ellos debían presentar ante los sacerdotes de Dios, animales consagrados con cuyo sacrificio eran cubiertos aquellos pecados; sólo eran tapados. Sin embargo, con el perfecto sacrificio de Cristo, los pecados de todos los que le reciben como Señor y Salvador no son solamente tapados, sino que son completamente quitados. El sacrificio de Cristo tiene poder para limpiar de todo pecado al ser humano.

Es por eso que al repartir la copa, Jesús les dice a Sus discípulos «esta es la copa del nuevo pacto en mi sangre» (Lucas 22:20); con Su sacrificio da inicio a un nuevo pacto, el pacto anterior es el pacto de la ley, pero este nuevo pacto es el pacto de la gracia. En este nuevo pacto no hay linaje especial, sólo hay fe en Jesús, en lo que Él hizo por amor a toda la humanidad. Jesús viene a ser el Sumo Sacerdote del nuevo pacto, por cuanto es el único hallado digno de serlo, ya que es santo y perfecto. Hebreos 4:15 describe a este Sumo Sacerdote como uno que se compadece de nuestras debilidades, ya que fue tentato en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Creemos que Jesús fue 100% hombre y 100% Dios, pero en su condición humana fue tentado en todas las cosas que acontecen a cualquier persona.

La divinidad de Jesús se expresó en Su relación con el Padre Celestial. Ciertamente Su poder manifestado en la tierra fue producto de Su comunión con el Padre y con el Espíritu Santo. Incluso nos dejó dicho que todo aquel que crea en Él será capaz de hacer cosas mayores de las que Él hizo (Juan 14:12), y la razón de ello es que Él subiría hasta donde estaba Su Padre, para interceder por nosotros. Si Jesús se hubiera manifestado como Dios entre nosotros, no hubiera sido arrestado, abofeteado, juzgado, muerto y enterrado por nosotros. Él se presentó al mundo como un ser humano, y aunque fue tentado en todas las cosas, como cualquiera de nosotros, no pecó. Jesús fue maestro en todo, principalmente en el ejemplo. Con esto Jesús nos enseña que se puede vivir sin pecar, que no es algo que esté fuera de nuestro alcance. De hecho, la santidad es nuestro objetivo, porque sin santidad nadie verá al Señor (Hebreos 12:14).

En la mitología griega hay muchas deidades, pero todas ellas se presentan en los relatos como seres con capacidades sobrenaturales, muy distantes de los seres humanos por ser superiores. Incluso, el hecho de que algunos dioses se mezclaran con humanos era mal visto, y como resultado de la relación entre un humano y una diosa o una humana y un dios, engendraban un semi-dios, una nueva clase intermedia. Esto es mitología, pero en la realidad, Jesús se hizo semejante a nosotros para que al experimentar las mismas cosas que todo ser humano, y ser obediente en todo a Dios, pudiésemos hallar en Él el mejor ejemplo a seguir.

Esta condición humana no fue impedimento para el Señor Jesucristo de ceder a cualquier tentación. Aún enfrentó las tentaciones del mismo Satanás usando la Palabra como defensa. Los principales sacerdotes de los judíos, los escribas y los fariseos tentaban también a Jesús, pero no cayó en ninguna de sus provocaciones.

Jesús experimentó los sufrimientos que cualquier ser humano pasa: estuvo triste, fue abandonado, lo acusaron falsamente, tuvo hambre, tuvo sed, lo condenaron siendo inocente, pasó por angustias, lo traicionaron, fue menospreciado, lo vituperaron, lo golpearon, fue avergonzado, las enfermedades de toda la humanidad fueron puestas en Él al ser crucificado, fue cubierto con toda clase de pecados a causa de nosotros.

El escritor de la carta a los hebreos dice que Jesús se compadece de nuestras debilidades, Su reacción hacia nosotros no es de rechazo, ni de condenación, sino de compasión. Creo que cuando nos acercamos a Él estando débiles, Su mirada se enternece y reconoce esa debilidad, y se acuerda que Él pasó por eso, y puede que hasta nos diga: «te entiendo». La compasión de Jesús produce Su acción, Su misericordia, Su poder para bendecir al que padece, al que sufre.

Qué bueno es para nosotros tener por Sumo Sacerdote a uno que puede entendernos, a uno que se compadece de nuestras debilidades, no a un sumo sacerdote distante, acusador, altivo, que en su perfección no admita ninguna debilidad en los que se acerquen a él. Jesús por el contrario es compasivo, y aunque no tiene ninguna comunión con el pecado, está dispuesto a ayudarnos, a extendernos Su mano, a limpiarnos.

El siguiente versículo dice que podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia, que es el trono de Jesús, el Sumo Sacerdote del nuevo pacto. El escritor nos insta a acercarnos con confianza, con tranquilidad, sin ninguna clase de temor. Podemos acercarnos sabiendo que quien está ahí no nos expulsará de Su presencia por hallarnos indignos, no nos señalará con Su dedo enumerando la lista de faltas que hayamos cometido. Este Sumo Sacerdote no viene con protocolo para poder acercarnos a Él, exigiendo un ritual de santificación, una ofrenda de expiación y un discurso prefabricado. Cuando el escritor insta a acercarnos a Jesús confiadamente, creo que trata de decir que podemos acercarnos con tranquilidad, con sencillez, con humildad.

La confianza en una relación permite que se aborden temas que de no haber confianza no se hablarían, también en confianza podemos llorar, podemos ser sinceros, podemos desahogarnos, podemos pedir lo que queremos. En confianza podemos sacar con palabras la desesperación que enmaraña los pensamientos, y podemos confesar toda falta. Acercarnos en confianza al trono de la gracia tiene dos objetivos: alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. Entonces, sabiendo esto, debemos acercarnos al trono de la gracia teniendo confianza de que alcanzaremos misericordia y hallaremos gracia para el oportuno socorro, es decir, acercarnos con la certidumbre de que Jesús tiene misericordia de nosotros y de que nos ayudará en nuestras necesidades.

La misericordia de Jesús provocó la multiplicación del pan, pescas milagrosas, sanidades, liberaciones y hasta resucitaciones. Siempre que Jesús tuvo misericordia de alguien, lo ayudó en su necesidad. Del mismo modo, al acercarnos a Él, Él tiene misericordia de nosotros, y podemos contar con que actuará para nuestro bien. Nunca acercarse a Jesús es perder el tiempo, todos los que nos hemos acercado a Él hemos sido bendecidos.

Acercarnos confiadamente a Jesús también nos asegura la provisión divina de ayuda de cualquier índole en el momento oportuno. Dios sabe ser oportuno. No le dará a una persona, por ejemplo, cien vacas, cuando sólo tenga capacidad para de criar y alimentar bien a diez. Ciertamente hay limitaciones para los seres humanos, no así para Dios. El cuerpo de bomberos puede apagar incendios, los rescatistas pueden dar primeros auxilios, la policía puede restaurar el orden, pero no hay instituciones para restaurar corazones rotos, para reconciliar matrimonios integralmente, para sacar cualquier vicio de la mente y del corazón, para reparar familias rotas, para expulsar demonios de suicidio. Estas cosas sólo las hace Dios; y sabe actuar oportunamente. Pero para alcanzar ese oportuno socorro, debemos acercarnos a Jesús confiadamente.

La confianza no es sinónimo de descaro, de ser una persona sinvergüenza y esperar todavía que Dios actúe a mi favor. La confianza conlleva en sí mismo una condición de consciencia humana que reconoce la santidad de Jesús y que desnuda la condición humana, frágil y pecadora de todo aquel que se acerca a Jesús, pero al mismo tiempo admite sus faltas con arrepentimiento genuino. Debe haber un reconocimiento pleno de la santidad de Jesús en ese acercamiento, y una voluntad de agradarle para ser escuchado y recibido por Él. Es entonces cuando al entablar una conversación con Él, entendemos que no nos juzga, sino que nos ama, y que se compadece de nosotros.

Nadie puede sobornar a Jesús, porque Él nos conoce perfectamente.

Así que acerquémonos al trono de la gracia con confianza. Podemos confiar en Jesús porque Él fue tentado en todas las cosas como a cualquier ser humano, pero no pecó en nada. Podemos confiar en Jesús porque Él tiene misericordia de nosotros. Podemos confiar en Jesús porque Él está dispuestos a socorrernos, especialmente cuando más lo necesitemos. Podemos confiar en Jesús porque Él nos conoce perfectamente, no tenemos que fingir delante de Él (y tampoco podemos). Podemos confiar en Jesús, porque siendo el único capaz de juzgarnos y condenarnos, mas bien nos ama, y dio Su vida por amor a nosotros. Ahora Jesús es el mediador entre Dios y los hombres. Puedo confiar en Jesús porque es mi amigo, y me ama a pesar de cómo soy; pero me quiere ayudar a hacer la voluntad de Dios.

Muchas veces invertimos nuestra confianza en personas que nos defraudan. Más vale poner nuestra confianza en Jesús porque de ese modo somos bienaventurados. De Él tenemos misericordia, perdón de pecados, vida eterna y ayuda oportuna. Con todo lo que hizo y hace por mí, sé que puedo confiar en Él y que no me defraudará. Pero sé que Él ha confiado en mí, y espero no defraudarle.