Romanos 12:15
Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran.
Es común a todo ser humano la vivencia de momentos tanto de alegría como de tristezas. Difícilmente una persona vivirá solo momentos tristes, o solo momentos de felicidad. Ambos son complementarios en nuestra existencia. El parto causa dolor, pero el nacimiento del bebé trae alegría (Juan 16:21). Lo que hace que estos estados emocionales puedan sobrellevarse con equilibrio o no, es el grado y forma de participación de otras personas que nos acompañan.
Hay quienes piensan que los momentos difíciles y dolorosos son necesarios para que valoremos los momentos felices. Otros opinan que los momentos de felicidad son el aliciente para seguir motivados en medio de tantos sufrimientos. Estas reflexiones dejan un sabor amargo en cuanto a la existencia humana, como si la vida se tratara sólo de sufrir y la felicidad fuera un analgésico temporal; como el recreo en medio de la jornada escolar, o las vacaciones anuales, que duran muy poco en comparación con el resto del tiempo en clases o trabajando.
Tener una visión así de la vida es menospreciar todas las oportunidades para disfrutar y ser felices aún en medio de situaciones difíciles. Podemos disfrutar un bello amanecer, el canto de las aves, el desayuno recién hecho, los colores de las flores, los buenos recuerdos, la esperanza, la tranquilidad o una sonrisa, aún estando en medio de una tormenta de situaciones difíciles. Pero lo que más nos ayuda en momentos así es la compañía oportuna de personas que nos animan, que procuran ayudarnos a encontrar una salida, o que al menos están dispuestos a escucharnos mientras lloramos y nos desahogamos.
Juan 16:33 contiene las siguientes palabras del Señor Jesucristo: «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.» Jesús nos advierte acerca de la aflicción como parte de nuestra existencia. No prometió que la vida fuera caminar entre pétalos de rosas, o volar entre las nubes, sin sufrimiento ni dolor; y quienes digan que al ser cristianos el sufrimiento acaba, mienten; el sufrimiento no acaba, pero se vive con esperanza. Esa esperanza es dada por las misma palabras de aliento que el Señor Jesús dijo: confíen, porque yo he vencido al mundo; es decir; Jesús venció toda adversidad, todo sufrimiento, toda aflicción. Superó todas las tentaciones y enfrentó momentos difíciles, hallándose victorioso al final, como vivo ejemplo a seguir.
El Señor Jesús sufrió traición, soledad, abandono, escarnio público, persecución, falsas acusaciones, pérdida de seres queridos como su primo Juan el Bautista, agresiones físicas, le escupieron en el rostro, le abofetearon, lo exhibieron desnudo, lo condenaron injustamente, y hasta lo mataron. Todo esto lo pasó el Señor, y en el momento más difícil estaba sólo; Su única fuente de aliento fue Su determinación a obedecer la volunta de Su Padre.
En muchos de sus momentos difíciles, el Señor Jesús estuvo acompañado de Sus discípulos, a quienes llamó amigos, y de Su madre, notándose que aún el Hijo de Dios requirió de la compañía de otros para enfrentar situaciones difíciles. De igual modo, tanto Sus discípulos como Su madre estuvieron con Él en la celebración de las bodas de Caná. Juntos en la tristeza y juntos en la alegría. Juntos al partir el pan y juntos para orar en momentos de angustia.
El apóstol Pablo escribe a los romanos instándolos a la unidad, a la vida en comunión unos con otros. Esto se logra cuando sabemos estar presentes no sólo cuando hay fiesta, alegría, victoria y celebración; sino que también cuando hay dolor, tristeza, derrota y luto. Muchas personas se acercan a otros sólo cuando a estos les va bien, cuando están contentos, estables, alegres. Evitar acercarse a alguien cuando está en una mala situación es en realidad dar evidencia de que en esta relación sólo hay interés, no amistad. También hay quienes rechazan la ayuda de otros en momentos difíciles por orgullo, haciendo más difícil el proceso de recuperación.
El consejo de las Sagradas Escrituras es que nos apoyemos siempre en todo momento, en toda circunstancia. Así como estamos celebrando un evento que causa felicidad, así debemos acompañar cuando alguien esté enfrentando una situación lamentable y dolorosa. Evitarnos la tarea de consolar o ayudar a alguien es no saber ser agradecidos por los que nos han ayudado y asegurarnos que nos tocará a nosotros pasar en soledad las dificultades.
También hay quienes sólo buscan a los amigos cuando están pasando dificultades, para que estos los ayuden, pero se olvidan de invitarlos a celebrar cuando tienen algún festejo. Consiguen dinero prestado para salir de un apuro, pero cuando tienen de sobra no se acuerdan de compartir con aquel que les prestó. Si bien es cierto, cuando pagamos lo que debemos, ya no hay ningún compromiso legal, sí lo hay moralmente. Se trata de una deuda de honor. Permanecer agradecidos con quienes nos ayudan hace que recordemos siempre que en momentos difíciles hubo alguien que nos apoyó.
Cuando evitamos interesarnos en los problemas de los demás desarrollamos un carácter egoísta. Ninguna persona se basta sola, pues todos dependemos de todos. Alguien preparó el alimento que compraste, alguien llevó el producto hasta la tienda donde lo compraste, alguien lavó tu ropa, alguien hizo algo que tú necesitaste o que te fue útil.
Hay experiencias de la vida que son acompañadas de mucho sufrimiento: una enfermedad, cárcel, luto, embargo, traición. Pero en medio de todos esos eventos de la vida, hay quienes hacen la diferencia, hay quienes participan voluntaria o involuntariamente, conscientes o no del bien que nos hacen; como el abrazo silencioso y sin cuestionar la situación, que te presten un teléfono para hacer una llamada, que te brinden un lugar donde sentarte, que te dejen pasar aún cuando no está permitido, que te llamen para darte ánimo, que recauden dinero para los gastos, que te acompañen, que te lleven algo de comer, que hagan una oración por ti pidiendo a Dios tu bien. Todas estas son formas de acompañar a los que sufren y de apoyarles en momentos difíciles.
Celebrar y estar contentos es algo que podemos hacer sin mucho esfuerzo, pero hay quienes no. Hay personas que no saben ser felices, que no visitan a nadie, que no compran regalos, o que no van a fiestas porque no tienen para regalos. Hay quienes no felicitan, no abrazan, no recompensan, no comparten. Estamos capacitados y diseñados para compartir; no hacerlo es como dejar que una fuente se llene de agua sin que haya movimiento, con el paso del tiempo el agua se contamina, la fuente se ensucia, todo se echa a perder.
Si eres de esas personas que evita acompañar a otros en momentos difíciles y prefiere las fiestas y celebraciones, te animo a acercarte a otros cuando éstos sufran; tus palabras y tu consuelo pueden ser de mucha utilidad. Aunque tu dinero puede ser útil a otros si lo necesitan, puedes añadirle una muestra de verdadero afecto: tu compañía. Los arreglos florales en los funerales están destinados a marchitarse, pero el recuerdo de tu presencia en ese momento tan difícil no se borrará nunca.
Si por otro lado eres de aquellos que no van a celebraciones, examina si mas bien evitas estos eventos por envidia. Celebrar el logro de otros también debe motivarnos a ser mejores, no en un modo competitivo con otros, sino comparativo con uno mismo.
Y si del todo evitas el contacto con la gente, tanto en dificultades como en celebraciones; haz consciencia de lo importantes que son las personas en tu vida. Alimenta relaciones de amistad, relaciones duraderas, basadas en el respeto y en el bien común. Recuerda que dando es como se recibe (Lucas 6:38). Si no celebras con otros ni los apoyas en sus dificultades, puede que pases sólo tus luchas y no tengas quien festeje tus logros. Una cosa es segura, todos tenemos dificultades en cualquier momento de nuestras vidas. Así que anímate a ser más humano; interactúa con la gente. De seguro hay algunas personas que siempre te invitan y tú siempre les dices que no, la próxima vez celebra junto con ellos; te quieren a ti y no lo que puedas dar. De seguro puedes ver la necesidad de muchos, y si puedes colaborar en algo, por mínimo que sea, hazlo. Sólo así descubrirás lo bien que se siente ayudar a otros.
Gocémosnos con los que se gozan, lloremos con los que sufren. Hoy son ellos los que necesitan de nosotros, mañana podríamos ser nosotros necesitándolos. Imagina una fiesta sin invitados o una vela sin acompañantes. Tanto una cosa como la otra son igualmente tristes. Recordemos la regla de oro: » todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos» (Mateo 7:12).