1ra Corintios 10:23

Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica.

La historia de la humanidad jamás había contado con tanta información disponible para cada individuo en particular, como en estos tiempos. La mezcla del surgimiento del Internet y el uso de celulares capaces de navegar en la web, ponen al alcance de una enorme cantidad de personas de todas las edades una avalancha de datos. Pero ¿cómo saber si esos dato son inventados, sugeridos o verdadera información? A través de filtros. Y no me refiero a mecanismos tecnológicos sofisticados, sino al sentido común y a los intereses de cada persona.

Cuando un padre de familia quiere evitar que sus hijos naveguen en paginas con contenido censurable, configura los navegadores para restringir el acceso, permitiendo solamente los sitios confiables, o bloqueando los sitios no confiables. Lo mismo hace con los canales de televisión por cable o con las revistas.

Un filtro similar se hace con los lugares donde compramos productos que consumimos; tratamos de asegurarnos algún mínimo de cualidades y características en el establecimiento y en los productos para garantizar su calidad. Elementos de juicio como la limpieza del local, el orden en que son presentados los productos, el buen estado del envase y la atención que recibimos se convierten en parámetros de los filtros que usamos, de modo que si no llena un mínimo de requisitos, nos retiramos del lugar sin comprar. Una buena experiencia hará que demos referencia del lugar, recomendando a otros comprar ahí.

Cosas como estos dos ejemplos, hacemos constantemente en casi todas las cosas; la tienda de ropa donde compramos, los lugares de recreación que visitamos, los colegios donde inscribimos a los hijos, los libros que leemos, etcétera. Incluso hacemos filtros entre las personas a quienes frecuentamos. ¿O no?

Sin embargo, en los últimos años, en las redes sociales, se ha incrementado el descuido en relación a los filtros, bajo la bandera de libertad que se vuelve mas bien una mezcla entre lo real y lo falso, hasta llegar a un punto en que no se puede distinguir lo que es verdad en medio de tanta mentira. Esto me motiva a abordar este tema hoy. Lamento que muchas personas no usen filtro en las cosas que publican en sus redes sociales, porque se comparte mucha desinformación. Cuando alguien comparte en su muro un dato no confirmado, o de una fuente dudosa, se vuelve un propagador de mentiras, de modo que cuando publique algo verdadero será irrelevante por la falta de credibilidad.

El apóstol Pablo dice en 1ra. Corintios 10:23 lo siguiente: «todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica». Este versículo deja en evidencia que tenemos todas las libertades que queramos. Es legítimo, legal, hacer todo, siempre y cuando no sea un delito. El enunciado «todo lo que no está prohibido, está permitido» encierra la parte que dice «todo me es lícito». Pero el apóstol sugiere dos requisitos para cada cosa que hacemos: que convenga y que edifique.

Lo que conviene es aquello que da como resultado algo bueno, algo provechoso, útil, necesario. Alguien podría comerse una torta completa de media libra en un solo tiempo de comida, porque tiene la capacidad de masticar y tragar, pero eso no es bueno, provechoso, útil ni necesario. Mejor sería partir esa torta en varios pedazos y compartirla con otros. Pero si la información que recibimos no es buena, ni útil, ni provechosa, ni necesaria; es como una torta en mal estado, ¿acaso la debo compartir?

Lo que edifica es lo que hace crecer. El conocimiento puede crecer, la felicidad puede crecer, la confianza, el respeto, todo puede crecer si se alimenta correctamente de las sustancias o elementos necesarios. Lo contrario sería disminuir, decrecer, perder. Un suceso igual de malo que disminuir es quedarnos siempre en el mismo tamaño de conocimiento, como en una parálisis mental donde no aprendemos nada nuevo, nos estancamos, nos encerramos en nuestra propia opinión. Nuestra mente debe ser renovada periódicamente, más aún, constantemente. Así lo recomienda el escritor sagrado en Romanos 12:2. Por eso debemos evitar todo lo que paralice nuestro crecimiento o que destruya lo que ya fue edificado.

La libertad que tenemos no es un pretexto para el libertinaje. Aunque físicamente estemos capacitados para hacer toda clase de cosas, buenas o malas, debemos filtrar aquellas que no convienen y las que no edifican, para no hacerlas. Todo el que habla está biológicamente habilitado para decir cualquier cosa, pero es necesario usar un filtro en nuestra boca, de modo que las palabras que digamos sean las correctas, aquellas que edifican, que dan gracia a los oyentes (Efesios 4:29).

Con qué facilidad repetimos las palabras que oímos, muchas veces sin verificar la información, pero cuando usamos filtros correctos, sabremos hablar o callar.

Si hasta ahora has dejado pasar todo sin censura, sin filtros, toda clase de noticias, toda clase de doctrinas, toda clase de rumores, toda clase de palabras, toda clase de música; te recomiendo que hagas una limpieza mental, porque puede que algo no esté bien. Una cafetera con filtro requiere del cambio o lavado de los filtros cada vez que se usa. El aire acondicionado tiene filtros que de tanto en tanto se deben limpiar, de lo contrario no funcionará adecuadamente. El proveedor de correo electrónico usa filtros para que los correos basura no saturen el buzón de entrada, sin ellos, leer el correo podría convertirse en una tarea titánica. Existen filtros para el agua que remueven las impurezas que contiene, de modo que se pueda utilizar para consumo, para riego o para piscinas. Hay filtros para el aire, para la electricidad, y hasta para las fotos. Del mismo modo, puedes tener filtros para lo que piensas, para lo que ves en la televisión, para lo que hablas, para lo que haces. No se trata de una auto-censura, sino de una elección con preferencia a todo aquello que convenga y que edifique.

De cierta manera, los programas que vemos influyen en nuestro comportamiento y forma de pensar. En este artículo no encontrarás una lista de programas que pueda sugerirte, porque siempre será tu elección. Solamente recomiendo dos parámetros, los mismos que menciona el apóstol Pablo: que convenga y que edifique. Por ejemplo, puedes hacer las siguientes preguntas: ¿el contenido de este programa es útil, provechoso o necesario? ¿Me conviene ver este programa de televisión? ¿Me edifica? ¿Es bueno lo que estoy viendo? Todos tenemos un concepto generalmente aceptable de lo que es bueno o malo. Así que no es necesario entrar en más detalles, todas las respuestas las tendrás según tu propia definición de lo que es bueno o malo.

Dios nos dio dos oídos y sólo una boca, para que oigamos el doble y hablemos la mitad. Su palabra dice que seamos prontos para oír, tardos para hablar y tardos para enojarnos (Santiago 1:19); debemos pensar lo que vamos a responder (Proverbios 15:28), pero antes, no después. Ese proceso de pensar requiere de filtros. Si no hay filtros, decimos un montón de malas cosas, pero el filtro nos ayudará a respondernos primero: esto que voy a decir ¿es verdad? ¿Es útil? ¿Decirlo ayudará a alguien? ¿Es conveniente que lo diga? ¿Qué estoy enseñando si digo esto? ¿A quién edifico?

Haz un inventario de tus filtros; hay personas que no son creíbles, no tienes que repetir lo que ellos dicen. Hay muchas historias que son falsas, antes de compartirlas constata su veracidad. Hay muchos programas en la televisión, películas y videos que no te ayudan en nada, peor aún, te consumen el tiempo que puedes usar en cosas verdaderamente útiles. Con esto no pretendo que dejes de ver televisión, sólo te aconsejo que filtres adecuadamente lo que ves. Yo veo televisión de vez en cuando, también películas y videos. Tu puedes hacer lo que quieras, pero no todo te conviene, no todo te edifica.

A los ojos del rey Salomón esto es muy sencillo: podemos hacer todo lo que queramos, alegrarnos de la forma que queramos, disfrutar la juventud como queramos, recrearnos en todo los placeres que queramos, cumplir todo lo que se nos antoje, decir lo que queramos, mirar lo que queramos; pero tengamos en cuenta «que sobre todas estas cosas nos juzgará Dios.» (Eclesiastés 11:9). Observa que al decirlo me incluyo.

Como cristianos, nuestra mayor fuente de credibilidad es la Biblia, inspirada por Dios (2da. Timoteo 3:16), y nuestro mejor filtro es el Espíritu Santo; con Su ayuda podemos discernir mejor lo que es bueno y lo que es malo, con Su guía podemos tomar mejores decisiones (Juan 14:26). Y puesto que Él siempre está con nosotros, nuestro actuar será conforme a la voluntad de Dios.

¿Alguna vez has sentido que no estás haciendo lo correcto, o que debes hacer algo, o decirle algo a alguien? Es como una inquietud permanente que te lleva siempre al mismo pensamiento. Se trata del Espíritu Santo, que nos encamina hacia la voluntad del Padre. También te da satisfacción cuando actúas correctamente. Se vive en paz. Eso es lo que permiten los filtros. Vivir bien, vivir en paz.

Tu puedes hacer la siguiente declaración: «Yo soy fiel, no porque no hayan otras personas que puedan atraerme, sino porque decido amar a una persona a quien voy a hacer feliz». «Yo soy honrado, no porque con ello me gane el respeto de todos, sino porque con ello me evito problemas.» «Yo digo la verdad, aún cuando es difícil, porque la verdad permanece, las mentiras no». «Yo puedo confiar en mis amigos, porque ellos confían en mi.»

Los filtros correctos te permiten vivir estas declaraciones. Ciertamente somos imperfectos, todos, pero estamos en el camino de la perfección. Podemos ser mejores cada día. Ajusta los filtros, cambia unos, limpia otros; no te contamines con todo lo que llega, para que al final tu mente esté sucia y funcione mal. Al contrario, haciendo todo lo que es bueno, todo lo que conviene, te encontrarás creciendo constantemente, re-descubriendo todo el potencial que Dios puso en ti.