Proverbios 15:1
La blanda respuesta quita la ira;
Mas la palabra áspera hace subir el furor.
Desde muy joven entendí que para que haya una discusión se necesitan como mínimo dos personas, de otro modo es un monólogo. En muchas ocasiones las conversaciones se tornan violentas, agresivas, y sabemos que las palabras que decimos tienen el potencial de herir y agredir mucho más que un golpe. Con nuestros argumentos tratamos de convencer a otros para que acepten nuestros puntos de vista, y cuando hay rechazo, sentimos que esto trasciende hasta nosotros, y no solamente a la opinión de nosotros, así que reaccionamos como si fuera una batalla donde gana el que logra persuadir al otro.
Sin embargo, al ser todos diferentes, es normal que las demás personas piensen también diferente. Pretender que pensemos iguales es un total desvarío. Aún si ocurriera que estemos de acuerdo en muchos aspectos, no significa que logremos tener siempre la misma opinión o defender las mismas causas.
La mayoría de las batallas que enfrentamos, o contiendas, son en realidad una batalla de argumentos. Se vuelve un desafío imponer nuestras razones. Pero es necesario que aceptemos esta diversidad de opiniones con respeto y tolerancia. De lo contrario, daremos lugar a episodios desagradables de discusiones y pleitos que conllevan el intercambio de palabras hirientes, muchas veces desafiantes y también agresivas. Algunas personas cuando pretender imponer sus razones, alzan la voz con la intensión de intimidar y mostrar más poder y fuerza, de esa forma opacan la voz de la otra persona. Además, en muchas ocasiones, cuando las personas discuten, usan un lenguaje ofensivo, para irritar aún más a su rival y hacerle perder el control, o bien, para dejar en evidencia debilidades o defectos de la contraparte.
Todos estamos expuestos a lidiar con una batalla de argumentos en algún momento en nuestra vida. Cuando se nos acuse de algo injustamente, cuando nos ofendan, cuando queramos intervenir en defensa de otros, cuando alguien nos calumnie o critique, cuando no hagan caso de nuestras órdenes, cuando nos sintamos humillados, cuando creamos que tenemos la razón, etc. Consciente o inconscientemente luchamos por tener la razón. Causa una gran satisfacción cuando otros reconocen que estamos en lo correcto, sobre todo cuando alguien haya dicho lo contrario.
Los frutos de las palabras violentas son más violencia y división. Las palabras ofensivas hieren la estima de las personas, evidencia un comportamiento inapropiado en quien las dice, causa un ambiente de agresividad. Cuando lastimamos a alguien con calificativos ofensivos estamos provocando la ira de esa persona. El proverbista declara en el verso 18 del capítulo 12 que hay hombres cuyas palabras hieren con la misma intensidad que una espada, es decir, traspasa el corazón, rompe, destruye, mata.
El verso de hoy nos enseña que la agresividad en una discusión o la solución del conflicto depende de cómo hablamos, de la forma en que nos comunicamos; depende del tono que usemos al hablar y las palabras que decimos. Si te ha tocado soportar muchas batallas de argumentos y lidiar con personas que se sofocan con facilidad, y que gritan en vez de hablar, que pareciera que viven enojadas y todo les causa ira, el consejo de la Palabra de Dios es usar un tono blando al responder, hablar suavemente, sin dejarte llevar tú también por la ira.
Hablar suavemente no significa ser hipócrita, sino hablar sin gritar, sin hacer gestos de desagrado en el rostro, usando palabras adecuadas, evitando las ofensas y haciendo uso de un lenguaje sencillo y sin malicia. Esto debe ser un acto deliberado, es decir, con el pleno propósito de no reaccionar a las provocaciones de la contraparte. No se trata de una actuación, de ser hipócrita, de fingir, porque si es así, tarde o temprano se notará y se perderá el control. Mas bien, es el uso consciente del dominio propio a fin de frenar nuestras reacciones involuntarias y ponernos como objetivo alcanzar la paz con todos, o aunque sea solamente no pelear ni discutir.
Un tono blando, además, no se refiere a fragilidad o falta de carácter, no es darle la razón a quien no la tiene sólo para evitar la confrontación. Ser blando al hablar no es ser débil, frágil, susceptible. Es más bien ser pacificador, buscar la reconciliación, buscar el punto de encuentro. Para ilustrar este aspecto de usar una blanda respuesta imagina una almohada y un bloque de cemento. Si alguien lanza un puñetazo contra el bloque de cemento, seguramente se lastimará la mano, pero si lo hace contra la almohada, no sufrirá daño alguno. Sorprendentemente la almohada tampoco sufre daño por más fuerte que sea el puñetazo, pero el bloque de cemento podría ser quebrado, dependiendo de la fuerza del que golpea o de la consistencia del bloque.
Del mismo modo, cuando estamos en medio de una discusión, al usar un tono suave y blando al responder, no solamente anulamos de forma intencional las ofensas que recibamos, sino que al dejar sin efecto tales ofensas, hacemos ver a la contraparte lo ineficaz de su estrategia, de modo que tendrá que cambiarla, debiendo entonces entrar en razón. Es bien sabido que las personas que se dejan llevar por la ira pierden la razón, así que es necesario ayudarles a volver en sí para que actúen racionalmente.
Sean muchas o pocas las veces que te toque enfrentar una discusión, te animo a tener presente este versículo y poner en práctica esta estrategia. Puede que tus padres o tu pareja discutan mucho contigo, o bien algún compañero de trabajo o de escuela; quien quiera que sea esa persona que suele reaccionar con mucha agresividad en sus palabras se beneficiará de que tú uses una blanda respuesta la próxima vez que surja una discusión. ¡Haz la prueba! Recuerda que para que haya una discusión se necesitan mínimo dos personas. Si tú no entras en la discusión, sino que al contrario, haces desaparecer la ira tuya y la del otro con una blanda respuesta, entonces no habrá más conflicto.
Consideremos que en nosotros está la capacidad de vivir en armonía con las demás personas, disfrutando de buenas conversaciones, de buenas relaciones con los seres que amamos y con todas las personas a nuestro alrededor. Todo depende de cómo hablamos, de cómo respondemos. Analiza el tono de tus respuestas, ellas son la clave para vivir en armonía con los demás. Debes saber que esto depende totalmente de ti, sólo funcionará si decides hacerlo y pones todo de tu parte; no te desanimes si al comienzo pierdes la paciencia y vuelves a usar palabras ásperas. Usa la palabra amable para reconciliarte con los demás. Disfruta de una buena convivencia usando bien tus palabras.