Deuteronomio 5:16
Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da.
En la Biblia aparecen todos los mandamientos de Dios, los cuales son más de los diez que popularmente conocemos y le damos el título de «los diez mandamientos», como si no hubieran más. Todas las ordenanzas y estatutos de Dios son también sus mandamientos. Podemos enumerar el mandamiento de amar al prójimo y el mandamiento de perdonar a los que nos ofenden, los cuales no aparecen en la lista de los diez mandamientos, pero deben ser igualmente obedecido.
Sin embargo, estos diez mandamientos fueron los primeros que Dios ordenó a Su pueblo Israel, y los dejó escritos en piedra, primeramente por Su propio dedo, y luego por mano del profeta Moisés. De estos diez mandamientos, los cuatro primeros presentan cómo debe ser nuestra relación con Dios, y los otros seis, cómo debemos relacionarnos con nuestros semejantes. Estos seis últimos son encabezados con el mandamiento de honrar al padre y a la madre; y tiene una peculiaridad no encontrada en los otros nueve; define una recompensa para el que obedece este mandamiento.
El hecho de ser el primer mandamiento en abordar el trato con los semejantes, y el único de los diez en establecer una recompensa, hace que merezca especial atención. Muchas personas pueden no llegar a ser padre o madre, pero sin duda, todos somos hijos; así que es importante considerar cómo es nuestra relación con nuestros padres y si estamos obedeciendo este mandamiento.
Nótese lo imperativo de todos los mandamientos; es decir, bajo ninguna circunstancia es permitido ignorar o desobedecer alguno de los mandamientos. Significa que no hay justificación alguna para faltar a la honra debida a los padres. El mandamiento es una orden que debe cumplirse sin demora, ¡cuánto más si al hacerlo se nos recompensa!
Sin embargo, es bien sabido que no todas las personas, aún creyentes, obedecen este mandamiento con promesa. Cuántos hijos deshonran a sus padres, los maltratan, los menosprecian, incluso los ignoran. Cuántos padres viven en condiciones de total abandono, o son agredidos por sus hijos. Hay muchas personas que guardan rencor hacia sus padres porque recibieron un trato inapropiado de parte de ellos, pero las Sagradas Escritura no dan libertad a deshonrar a los padres cuando estos son malos padres. El hecho de haber sido criados por padres agresivos, con vicios, padres que abandonaron a los hijos dejándolos bajo la tutela de algún familiar, padres que abusaron de sus hijos, padres que enseñaron malos hábitos a sus hijos, o cualquier otro comportamiento reprobado, no es razón alguna para desatender este mandamiento.
Al comenzar nuestra vida como creyentes, una de las cosas que debemos ejercitar es el perdón, ya que si nosotros no perdonamos, no seremos perdonados. Esto incluye a los padres, pues como seres humanos que son, pudieron haber cometido algún error; pero los hijos no están para juzgar a los padres, sino para honrarlos, perdonando cualquier falta que hubieran cometido.
Es muy difícil entablar una relación de familia con alguien que ha causado mucho daño, pero al desatender el mandamiento perdemos mucho más, pues toda desobediencia es pecado. Guardar rencor puede ser la causa de que vivamos amargados, tristes, sin apego a nadie, sin aprecio por nada. Pueden ser muy profundas las heridas del maltrato, pero no hay nada que el perdón no pueda sanar en nuestros corazones. Se trata de un perdón genuino, no condicionado, ni siquiera al cambio de actitud, es decir, no podemos prometer que perdonaremos sólo si los padres muestran cambios en su comportamiento.
Así se trate de un padre que te abandonó cuando eras niño, una madre que te mandaba a pedir y a robar para mantener su vicio del alcohol, un padre que abusara sexualmente de ti, una madre que prefirió a su pareja en lugar de sus hijos y te dejó con tus abuelos; cualquiera que haya sido el error que cometieran tus padres y que te haya causado heridas y secuelas hasta la fecha, debes perdonarlos y honrarlos. Guardar rencor hacia ellos sólo hará tu vida miserable. Muchas personas que se recienten con sus padres, terminan actuando de la misma manera que ellos.
No todos los padres son malos, y aún así hay hijos que los deshonran. La hija que se avergüenza de su madre sólo porque no es preparada, y cuando llegan sus amigos a su casa, dice que es la empleada; el joven que le alza la voz a sus padres cuando intentan corregirle y dice groserías e insultos cuando no se le autoriza lo que pide; los hijos que cuando sus padres los visitan les mienten diciendo que están muy ocupados y que no pueden atenderlos, sin importarles que para llegar les haya tocado viajar por varias horas o los gastos que tuvieron; todas estas y muchas otras, son formas muy comunes en nuestros días de deshonrar a los padres. El no contestar una llamada de ellos tan sólo por no tener ganas de oírlos es deshonrarlos.
No podemos condenar a nuestros padres por los errores que cometieron, la vida misma se encarga de ello, pues todo lo que el ser humano siembra eso mismo cosecha. Lo que nos corresponde como hijos es honrar a nuestros padres, porque haciendo esto aseguramos abundancia de días y prosperidad. Cuando obedecemos este mandamiento, estamos haciéndonos un bien a nosotros mismos. Obviamente para alguien que tuvo buenos padres, y que es una buena persona, no le tomará ningún esfuerzo obedecer este mandamiento. Pero para aquellos que guardan rencor a sus padres o que tienen mal comportamiento con ellos, será algo probablemente difícil de cumplir.
Hemos mencionado cómo deshonrar a los padres, pero ¿cómo los honramos? Con obediencia, respetándolos, escuchándolos, visitándolos, ayudándolos en sus necesidades. Cuando los padres ya fallecieron se les honra guardando su memoria, sin criticar sus errores. Lo hijos jamás deben hablar mal de sus padres. Ya sabemos que el amor debe demostrarse con hechos, así que no basta decir que amamos a nuestros padres, sino que debemos demostrarlo. Pero si hubiera quien no sienta ni una pizca de amor hacia ellos por el maltrato o nos abandono que sufrieron, para obedecer a este mandamiento habrá que renunciar a todo resentimiento, odio y rencor, que les impida honrarlos como a padres.
Las personas que supuestamente son cristianas, pero que insultan a sus padres y no los ayudan cuando están en necesidad, enfermos o deprimidos, no están obedeciendo a la voluntad de Dios, y por ende, están en peligro de condenación eterna. Nuestro trato hacia nuestros semejantes es tan importante como nuestro trato con Dios. El que dice que ama a Dios, pero aborrece a su hermano, en realidad no ha sido convertido, no ha renunciado al pecado (1ra Juan 2:9). Aunque el pasaje dice literalmente «hermano», no se refiere solamente a los hermanos de sangre, sino a todas las demás personas, entre ellas, a los padres.
La principal forma de honra hacia los padres es perdonándolos. Solamente después del perdón genuino puede brotar el amor verdadero, y todo el que ama, cumple la perfecta ley de Dios, porque si amamos, no hacemos ningún mal al prójimo.El que ama no mata, no roba, no miente, no injuria, no hiere. El que ama ayuda, sostiene, respeta, anima, visita, da.
Considera cómo está la relación con tus padres, a fin de asegurar que estás cumpliendo este mandamiento. Y si eres padre o madre, medita si tu comportamiento para con tus hijos ha sido el más adecuado. Efesios 6:1-4 insta a los hijos a obedecer a los padres, y a los padres a no provocar a los hijos con castigos y reprensiones exageradas, que lejos de corregir, separan a los hijos de los padres. Por tanto, en una familia que procura obedecer la voluntad de Dios, los padres crían con amor a los hijos, y los hijos honran a los padres.
En cuanto a mi experiencia, las veces que he desobedecido a mis padres me ha ido mal. Pero cuando los escucho y obedezco, me va bien. Pertenezco a ese grupo de hijos privilegiados que tienen padres maravillosos, no perfectos, pero llenos de amor para con sus hijos. Yo no soy quién para juzgar los errores de mis padres, ni me afrento de su condición, sea cual sea.
Te invito a atender con diligencia este mandamiento, ya que tiene recompensas en esta vida presente, y por supuesto, la obediencia a todos los mandamientos nos asegura galardones eternos. Sin importar los errores de tus padres, disfruta de todas las bendiciones que se consiguen al honrarlos; abundancia de días y prosperidad. La prosperidad no es solamente lo que concierne a las cosas materiales, sino a las emocionales y espirituales. Se es próspero cuando uno tiene paz, alcanza sus metas, vive tranquilo, lleno de gozo, con esperanza, con alegría, mejorando cada día en todas las áreas de la vida. Vivir así por muchos años es lo que le espera al que obedece este mandamiento con promesa: honra a tu padre y a tu madre.